Con esta décima entrega de Conan el bárbaro se completan los doscientos setenta y cinco números más diversos especiales que englobaron la primera colección de comics del cimmerio. Panini Comics alcanza el momento definitivo con el regreso de Roy Thomas al guion.
El hombre que lo comenzó todo
Durante más de una centena de episodios, de Conan the Barbarian #1 al #114, amén de Giant-Size’s y otras historias, sin entrar en otras colecciones como La Espada Salvaje, Roy Thomas fue el artífice del éxito que el personaje tuvo a la hora de ser adaptado a un medio como es el comic.
Su regreso para llevar al bárbaro hasta el cierre de su primera colección abierta, duró tres años, treinta y cinco episodios firmados por una leyenda (más uno que escondió bajo seudónimo para liquidar el arco anterior) que dio a Conan una versión totalmente fiel al espíritu de Robert Ervin Howard, no en vano bajo su férrea dirección adaptó toda la obra del autor que creó la Era Hyboria.
Alejado de un control editorial que pasaba por sus manos como editor y dedicado exclusivamente a los textos en esta nueva etapa, retomó el camino que había marcado en su anterior paso por la serie, finalizada diez años antes. No le quedaba espejo en el que mirarse así que, a pesar de ya haber tocado alguna de las historias de Howard en otros formatos, quiso continuar donde había dejado sus aventuras del cimmerio, recuperando a personajes clásicos como Zula o Sonja la Roja.
Asimismo los villanos que poblaron estos episodios fueron enemigos de gran empaque, como Kulan Gath (al que muchos recordamos más por su aparición en las páginas de Uncanny X-Men cuando se apoderó mágicamente de Nueva York), Shuma-Gorath (ese horror con forma de gusano y tentáculos en la cabeza), Varnae (un vampiro que gobernaba al resto) o el retorno del Devorador de Almas (la magnífica creación de James C. Owsley creado a mitad de los ochenta).
Creando imágenes icónicas
Aunque asociemos la imagen de Conan a los dibujos más clásicos de Barry Windsor Smith, John Buscema o Gil Kane, tenemos que romper una lanza a favor de los dos dibujantes principales de estos números. Tanto Gary Hartle como Mike Docherty tienen un estilo que combina a la perfección con este universo de espada y brujería. Alejados todavía de la moda noventera de tipos híper-musculados y mujeres voluptuosas en demasía. Ambos autores, dedicados posteriormente a la animación, pueden presumir de un dibujo detallado, dinámico y brillante hasta en ambientes sombríos.
Hartle apenas estuvo siete números en su puesto y Docherty tomó el relevo con bastante constancia, aunque tuvo algunos números de relleno por parte de otros ilustradores como Tony DeZuñiga, Sandy Plunkett, Dave Hoover, E.R. Cruz y John Watkiss. Otro aspecto muy destacado es el de las portadas, con colaboraciones de gran renombre.
Todd McFarlane inaugura la etapa de Roy Thomas con una imagen de un ensangrentado Conan, postrado de rodillas sobre una montaña de cráneos. Jim Lee, Whilce Portaccio, Arthur Adams o Steve Lightle llevan a cabo trabajos a la altura de su fama mientras todas las que llevaron hasta el cierre de la colección quedaron a merced de Colin MacNeil, con un estilo variado pero menos llamativo, que recuerda en algunos momentos a Mike Mignola pero de forma bastante indefinida.
El final de una colección mítica
La marcha inicial de Thomas nos dejó etapas destacadas de autores muy diversos pero, la deriva hacia unas tramas alejadas de la cronología de Howard, fueron perdiendo fuelle hasta caer en la juventud del cimmerio. El regreso de Thomas no terminó de relanzar el título, que redujo sus ventas una vez que ya no contaba con el impulso que recibió por parte de las dos adaptaciones al cine en los años ochenta. Marvel decidió entonces centrar sus esfuerzos en mantener Savage Sword of Conan y lanzar otro título con el nombre de Conan The Adventurer, por la serie animada de televisión.
Estamos ante un volumen interesante que vuelve a dar una vuelta de tuerca a algunas de las obras originales del creador de Cross Plains, Texas. Thomas hace un buen trabajo y recupera un tono aventurero que nos resulta familiar, repleto de épica y enriquecido con las compañías que Conan arrastra de unas viñetas a otras, incluido ese contrapunto más cómico reflejado en el personaje de Hobb.
La historia queda un poco en el aire. Sería continuada en las páginas de La Espada Salvaje de Conan. Un correcto cierre a más de dos décadas de crónicas del bárbaro más reconocido de la historia, un cimmerio que siempre se mueve entre la acción y la magia, entre la fantasía y el filo de una espada (o un hacha) que siempre está dispuesta a desgarrar a cualquiera que se interponga en su camino.