Los nuevos mutantes pisan fuerte, pero los herederos de los X Men siguen en forma, y metiéndose en líos.
Estamos ante un título que está escrito en parte por el arquitecto de todo el Amanecer de X, Jonathan Hickman, y eso debería hacer que tuviera bastante importancia, pero en realidad, es la más libre y descarada de todas, y la que menos necesita realmente la línea central de todo este nuevo mundo mutante. Primero porque esta aventura de Los nuevos mutantes ocurre muy lejos de Krakoa, la mitad de ella en el espacio, y no hay apoyo, no hay patrulla, no hay política, es la vieja lucha contra los que odian y temen a los mutantes en un caso, y en el espacio al más puro estilo de Claremont con batallas espaciales y aliens.
Hickman nos trae una aventura espacial de los Nuevos mutantes originales, que concluye en este número, con un objetivo que en realidad no tiene nada que ver con lo que parece, y eso es el giro más divertido. Pero es Brisson en la segunda historia donde nos entrega una historia que es clásica en el mundo mutante, la del odio, la del racismo y la fuerza para imponerse sobre los débiles. Ambas consiguen lo que quieren, cada una tienen un objetivo muy diferente, y por ello la serie parece un poco esquizofrenica, a muchos les gusta esta dualidad, a otros no tanto.
Flaviano y Rod Reis continúan con el arte, y mantienen el nivel, mejor Flaviano que Reis, que sigue pareciendo una mezcla de estilos en la que la estética es superior a la narración.
Llegamos al final de las dos sagas, pero dejando una serie de tramas secundarias que seguramente regresarán, porque en los mutantes, nada se queda concluido para siempre, ni siquiera la muerte detiene a un X Men.