Aquí os traemos la última entrega del artículo ‘Niños diabólicos: Los más pequeños en las películas de terror’.
Si en la primera parte de ‘Niños diabólicos’ hablábamos de una primera categoría formada por niño psicópatas. Una segunda categoría la forman aquellas películas en las que el Mal como una entidad ajena elige el cuerpo de un niño como instrumento con el que operar.
Evidentemente, el ejemplo clásico de ‘niños diabólicos’ es la posesión por parte de un ente diabólico de la pequeña Regan McNeil en «El exorcista» (William Friedkin, 1973), concretamente por el demonio asirio-babilónico Pazuzu. Sus facciones repulsivas, sus rugidos, sus vómitos verdosos, su giro de cabeza, su levitación, sus procaces insinuaciones a los sacerdotes, su masturbación con el crucifijo y su descenso arácnido de las escaleras siguen poniendo hoy en día los pelos de punta y más de uno (entre los que me incluyo) no se atreve a revisitarla. También en la fallida «Expediente 39» (Christian Alvart, 2009) la pequeña Lillith, de la que sus padres han intentado deshacerse asándola en el horno, es receptáculo de un terrible demonio que acabará complicándole la vida a la trabajadora social que decide hacerse cargo de ella.

El Mal también puede adoptar la forma de una fuerza extraterrestre dispuesta a apropiarse del planeta mediante las ventajas que ofrece el pertenecer a esa “quinta columna”, a esa “sociedad en la sombra” que son los niños, como en «El pueblo de los malditos» (Wolf Rilla, 1960), su secuela «Los hijos de los malditos» (Anton Leader, 1963) y el remake que realizó John Carpenter en 1995.
Los niños también pueden caer en manos de “el que camina tras las hileras”, la terrible deidad que exige el sacrificio de todo aquel mayor de 18 años en «Los chicos del maíz» (Fritz Kiersch, 1984) o convertirse en meros receptáculos de cosas sedientas de sangre como la que aparentemente devuelve la vida al pequeño Cage después de que su padre, desesperado por su pérdida, lo entierre en «El cementerio viviente» (Mary Lambert, 1988). Y si no poseídos, pero sí fuertemente influenciados por los espíritus de una antigua institutriz y un criado se encuentran los pequeños Miles y Flora en las numerosísimas adaptaciones de la novela «Otra vuelta de tuerca» (1898), de Henry James, entre las que destaca «Suspense» (Jack Clayton, 1961). «Las dos vidas de Audrey Rose» (Robert Wise, 1977) no trata de una auténtica posesión, sino de la posibilidad de que la pequeña Ivy sea la reencarnación de Audrey, muerta años atrás.

No solo la posesión puede crear niños diabólicos. El mordisco del vampiro Lestat convirtió en una nosferatu a la pequeña Claudia en «Entrevista con el vampiro» (Neil Jordan, 1994), como lo es Eli en la excepcional «Déjame entrar» (Thomas Alfredson, 2008) y su remake americano (Matt Reeves, 2010). También le pide permiso para entrar Danny Glick a su compañero de clase Mark Petrie mientras flota al otro lado de la ventana de su dormitorio y araña el cristal con sus uñas en «Salem´s Lot» (Tobe Hooper, 1975), comercializada en nuestro país como «Phantasma II», aunque nada tenga que ver con la saga de el Hombre Alto y sus Esferas del Mal iniciada con «Phantasma» (Don Coscarelli, 1979). La niña vampiro de «30 días de oscuridad» (David Slade, 2007) acaba perdiendo la cabeza por querer jugar con los últimos humanos de Barrow, y también busca una compañera de juegos Homer, el pequeño vampiro de «Los viajeros de la noche» (Kathryn Bigelow, 1987), que protesta amargamente por “ser un hombre en mi interior y tener un cuerpo pequeño en el exterior”. La alegre pandilla motorizada y de colmillos afilados de «Jóvenes ocultos» (Joel Schumacher, 1987) también cuenta entre sus miembros con una menor.

Parece
ser que el calendario vacunal no incluye nada para prevenir la
infección por el virus zombi que puede convertir a los niños en
seres diabólicos. En la seminal «La noche de los
muertos vivientes» (George A. Romero, 1968), la
pequeña Karen, sorprendida por su madre devorando el cadáver de su
padre, la asesina con saña usando una herramienta de jardinería. En
la segunda parte de la saga de Romero, «Zombi»,
(1978), Peter es atacado salvajemente por dos niños
zombis mientras que en su remake, ‘Amanecer de los
muertos’ (Zack Snyder,
2004), el primer zombi que aparece es Lillian, la
angelical hija de los vecinos, que ataca al marido de la
protagonista, Ana. En la última entrega de la saga, «El
diario de los muertos» (George A. Romero, 2007),
Debra se da cuenta de que todos los esfuerzos para reencontrarse
con su familia han sido en vano cuando es atacada por su hermano
pequeño, Billy. En «Resident evil 2:
Apocalipsis» (Alexander Witt, 2004), la reportera
Terri Morales se da de bruces con toda una clase de niños zombis
que la convierten en su almuerzo. La “paciente cero” de
«REC» (Jaume Balagueró y Paco Plaza,
2007) es Tristana Medeiros, una niña portuguesa
aparentemente poseída/enferma (aparece al final ya bastante
crecidita), como también lo es Jennifer Balme Peñalver, una de las
primeras infectadas. También aparecen niños zombis en la
divertidísima «Zombies party» (Edgard Wright,
2004) y «Zombieland» (Ruben Fleischer
2009).
En
otras ocasiones, los niños cambiarán cuando se vean afectados por
algún agente físico, expresándose de esta forma miedos muy
concretos de nuestra sociedad. Así, en «Abrazo mortal»
(Max Kalmanowick, 1980), cinco niños afectados por un
escape radiactivo se convierten en seres letales que hacen arder a
toda persona a la que tocan, mientras que en «El sueño
de la muerte» (Hal Masonberg, 2006), una misteriosa
epidemia (tan de moda en estos días) deja en coma a todos los niños
durante diez años, al cabo de los cuales despiertan con el único
objetivo de acabar con los adultos. También muy inspirada en la
peli de Chicho, en esta ocasión con misterioso virus psicopatógeno
de por medio, está «The Children» (Tom Shankland,
2008), en la que dos familias deciden pasar las
Navidades en una solitaria cabaña, prometiéndoselas muy felices
hasta que la furia asesina que se apodera de los niños les coloca
en la terrible disyuntiva de tener que salvar sus vidas a costa de
las de sus pequeños. En «Cumpleaños sangriento» (Ed
Hunt, 1980), tres niños nacen durante un eclipse de
Sol que oculta a Saturno, el planeta que controla las emociones.
Diez años después, los niños se han convertido en unos despiadados
asesinos que comienzan a matar a todos los adultos que les
rodean.

A veces, ni la posesión, ni la infección ni la mutación serán necesarias ya que desde el momento de su concepción, el niño será la encarnación misma del Mal, incluso el mismísimo Anticristo profetizado en el Apocalipsis, como ocurre en ‘La semilla del diablo’ (Roman Polanski, 1968). En ella, Rosemary y su marido, un actor sin talento, se instalan en un amplio apartamento de Manhattan. Al poco tiempo ella se queda embarazada y comienza a sospechar que su esposo y sus vecinos, entre los que se encuentra un matrimonio de ancianos demasiado amables, conspiran para que alumbre al mismísimo hijo del Diablo. El film mantiene el suspense hasta el final, y permite la posibilidad de una doble lectura, es decir, si lo que hemos presenciado ha sido un relato de ritos diabólicos o simplemente la pesadilla de una embarazada paranoica. Mucho más explícita es «La profecía» (Richard Donner, 1976) donde Damien no viene al mundo con un pan debajo del brazo, sino con el Número de la Bestia grabado en su cabeza. Algo distinto es «El Enviado» (Nick Hamm 2004). un film que aborda la clonación humana y lo peligros que conllevan clonar a una persona fallecida. Que tus padres te reemplacen por un clon puede cabrear a cualquiera.

En la ya mencionada ‘Amanecer de los muertos’, la embarazada infectada da a luz un recién nacido zombi, que es eliminado sin piedad. Un bebé igual de monstruoso aparece en la ultra-gore Braindead. «Tu madre se ha comido a mi perro» (Peter Jackson, 1992), fruto de la lujuria del cura karateka y la enfermera ninfómana, ambos infectados por el virus zombi transmitido por el extraño simio conocido como Simian raticus.
Los
monstruosos niños asesinos de ‘Cromosoma 3’ (David
Cronenberg, 1979) son materializaciones del odio de
Nola Carveth, exteriorizado cuando el doctor Reglan la somete a una
particular terapia conocida como psicoplásmica. Nola gesta a sus
bebés fuera de su cuerpo en enormes sacos, una especie de úteros
externos que abre a mordiscos en una escena sencillamente vomitiva.
En «¡Estoy vivo!» (Larry Cohen, 1974), el
bebé es un ser monstruoso, producto de un inadecuado tratamiento de
fertilidad, un mutante con garras que hace una carnicería con todo
el equipo de paritorio y hacia el que sus padres desarrollarán
sentimientos contradictorios. En su secuela, «Sigue
vivo» (Larry Cohen, 1978), dar a luz ha pasado a ser
una operación militar, en la que equipos SWAT armados vigilan cada
nacimiento. En «La isla de los vivos» (Larry Cohen,
1987), la cuestión se resuelve enviando a los
monstruosos bebés a una isla donde no pueden causar problemas. Pero
qué duda cabe de que el paradigma de bebé monstruoso es el
indescriptible engendro de la enfermiza «Cabeza
borradora» (David Lynch, 1977), de quien su propia
madre dice: “Aún no están seguros de que sea un bebé”.
En ocasiones, los niños mutantes lo serán en el sentido “marveliano” del término, es decir, físicamente normales pero poseedores de misteriosos poderes que causarán la desgracia de quienes les importunan. Así en «Hellion: El ángel caído» (Stewart Hendler, 2007), la habilidad de manipular las mentes del niño David Sandborn provoca la locura y la muerte de sus secuestradores. En el tercer episodio de «En los límites de la realidad» (1983), el dirigido por Joe Dante, el pequeño Anthony es capaz de modificar la realidad solo con desearlo y en «La casa de los zombis» (Robert Voskanian, 1997), la oscura y demoníaca Rosalie posee poderes telequinéticos y el poder de conjurar zombis para vengarse de quienes considera responsables de la muerte de su madre. En «Ojos de fuego» (Mark. L. Lester, 1984), la pequeña Charlie McGee nace con la facultad de provocar incendios con el poder de su mente, una habilidad relacionada con el hecho de que sus padres fueron sometidos por una organización gubernamental secreta a experimentos con el Lote Seis, una misteriosa droga capaz de desarrollar poderes psíquicos. En este caso hay que decir que, lejos de poseer una maldad innata, Charlie utiliza sus poderes en defensa propia, ya que debe huir de quienes quieren utilizarlos en beneficio propio.
Mención
especial merecen los niños fantasmas, tan de moda en los últimos
tiempos. Son espectros infantiles que, generalmente, vieron
sesgadas sus vidas de forma violenta a tan temprana edad y vagan
por este mundo exigiendo responsabilidades. La obra clave nunca
superada de esta temática es la magistral «Al final de
la escalera» (Meter Medak, 1979). En ella, destrozado
por la pérdida de su mujer y su hija, el músico John
Russell (un grandioso George C. Scott) decide cambiar de
vida y se traslada a una mansión para dedicarse por entero a sus
clases y sus composiciones de piano. Pero la majestuosa residencia
esconde un secreto atroz y lo que permanece atrapado en ella
comienza a manifestarse. El espíritu de un niño tullido busca
desesperadamente que alguien le ayude a desenterrar su horrible
muerte, ocurrida en el seno de una noble familia que vivió en la
casa años atrás; un terrible asesinato del pasado causado por la
ambición y la miseria moral cuya huella se prolonga hasta el
presente.
Este
pasado que se resiste a ser olvidado, que busca una salida hacia la
luz, una redención que proporcione la paz al alma atormentada de un
niño también es el hilo argumental de «La guarida» (Jan de
Bont, 1999), «Los otros» (Alejandro Amenábar, 2001), «El internado»
(Pascal Laugier, 2004), «El espinazo del diablo» (Guillermo del
Toro, 2001), «El orfanato» (Juan Antonio Bayona, 2007), «Frágiles»
(Jaume Balagueró, 2005), «Ringu» (Hideo Nakata, 1998), su
remake norteamericano, «La señal» (Gore Verbinski, 2002),
y sus secuelas, «Ringu 2» (1999) y «La señal 2» (2005),
ambas dirigidas por Nakata, como también lo hizo en «Dark
Water» (1998) y su inevitable remake, «Dark Water». «La
huella» (Walter Salles, 2005) y de «Ju-on». «La maldición»
(2003), y su remake, «El grito» (2004), dirigidas
ambas por Takashi Shimizu.
Y si creían que ya lo habían visto todo en cuanto a niños diabólicos se refiere, es que no han visto «Zombies» (J. S. Cardone, 2006). En ella, una madre y sus dos hijas se mudan a un pequeño pueblo en cuyos alrededores ocurrió un trágico accidente. Unos niños que eran explotados laboralmente en una mina murieron sepultados al derrumbarse sobre ellos. Pero, por las noches, los niños vuelven del más Allá para masacrar a los descendientes de los propietarios. Los pequeños zombis actúan en grupo, matan con herramientas en plan slasher total y devoran a sus víctimas. Así pues, aquí hay de todo: fantasmas vengativos, zombis hambrientos y psychokillers profesionales. Toda una gozada.
Y colorín, colorado, así se acaba este recorrido por el mundo fílmico de los pequeños diablillos. ¡Hasta otra amiguitos! Y ya saben, ¡no olviden supervitaminarse y mineralizarse!
Autor: Manuel Moros Peña autor de libros como Historia natural del canibalismo, Seres extraordinarios y habitual colaborador en el programa de televisión ‘Cuarto Milenio’.





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