El Universo es un lugar de dimensiones que, a efectos prácticos, resultan infinitas, pero los Aliens pueden encontrarse en cualquier lugar y condición. Norma Editorial nos ofrece una historia que respira tensión e intensidad en cada viñeta.
Weyland Yutani Corporation, un conglomerado multinacional con expansión galáctica, parece tener un imán con cierta raza de agresivos aliens de aspecto, cuanto menos, terrorífico. De hecho parece ser que tienen mucha fijación en ellos, un arma biológica de una tremenda potencia. El problema llega cuando se vuelve en contra de sus intereses… o no. La colonia Trono LV-871 es un entorno terriblemente hostil. La terraformación no fue exitosa y está asolada por tormentas de polvo que dificultan la visibilidad. Un contexto que proporciona las condiciones ideales para servir de escenario a una narración terrorífica, muy propio de la saga cinematográfica.
El protagonismo recae en un grupo de colonos que intenta escapar del desastre presentado, con un niño, Maxon, como principal punto de atención. Rodeado de tópicos de la saga, solo echaremos de menos a los marines espaciales, presenciamos una huida hacia adelante en la que los xenomorfos muestran todas sus formas y evoluciones posibles, aplicando alguna novedad que no habíamos visto anteriormente en su comportamiento, lo que aporta curiosidad ante una crónica que por lo demás tampoco dejaría de ser una historia resultona con mimbres muy conocidos.
El ritmo de lectura es frenético, sin descanso apenas, elevando de forma constante y consciente la implicación de un lector ávido por avanzar y descubrir las sorpresas que le esperan. Es una lucha planteada de forma muy inteligente y ya sabemos que los aliens precisamente no destacan por ser irracionales. Gabriel Hardman, autor completo que se ha encargado del guión, dibujo y tintas, favorece las capacidades de los temibles xenomorfos, como si necesitasen de ventajas para resultar letales, sobre todo cuando su número no es precisamente escaso. Hardman emplea sus propios recuerdos de la primera vez que vio las películas con doce años para plasmar lo que sintió entonces.
El dibujo sucio del autor le viene como anillo al dedo a la obra, con escenas oscuras o en ambientes plagados de neblina de polvo en suspensión o movidos por fuertes vientos, que se antojan propicias para la aparición del alien en cualquier momento. El color apagado que ha empleado Rain Beredo resulta fundamental para dotar de crudeza a toda situación que se presenta, completando el conjunto con coherencia.
Estamos ante un tomo autoconclusivo que nos deja con buen sabor de boca, muy fiel a la saga que evoca, sin grandes alardes pero con un toque clásico. La mismísima teniente Ripley podría haberla protagonizado, o hacer acto de presencia, y no desmerecer nada respecto a los referentes que marcó en Alien, el octavo pasajero y Aliens: el regreso. Así merece mucho la pena mantener vivo el legado de Alien en los comics, los fans apreciarán un producto con tan buena factura.