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Crítica Black Phone 2

Black Phone 2: el Grimorio de los 80 marca de llamada oculta

El villano de Ethan Hawke vuelve desde el más allá. Black Phone 2 mezcla Freddy Krueger, fe y pesadillas en una secuela tan retorcida como divertida.
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¿Quién dijo que al Grabber lo habían colgado para siempre? Scott Derrickson descuelga el auricular, marca “1982” y nos conecta con una secuela que se pone la chaqueta de cuero de Pesadilla en Elm Street y patina sobre un lago helado como si fuese la pista de Dream Warriors. Lo loco es que funciona: Black Phone 2 es más grande, más rara, más religiosa (sí, has leído bien) y más gamberra… aunque a ratos se explique demasiado, como ese amigo que te cuenta un chiste y después te lo vuelve a contar por si acaso.

Así arranca la pesadilla (con guantes y máscara)

En Black Phone 2 han pasado unos años desde que Finney sobrevivió a The Grabber y le devolvió la llamada… con intereses. El chico ya no es el “final boy” enclaustrado: ahora mastica rabia, contesta teléfonos que no debería y va por la vida con ese trauma que no se cura ni con playlist de cassette. Pero quien coge el volante narrativo es Gwen, su hermana con antenas sobrenaturales, que empieza a tener visiones grabadas en el grano maldito de una cámara ochentera: niños bajo el hielo, letras rascadas en la escarcha, un teléfono que suena desde algún sótano del más allá.

Todo conduce a Alpine Lake, un campamento cristiano sepultado por una ventisca bíblica. Allí les recibe un encargado con cara de “sé más de lo que digo” (Demián Bichir en modo calidez peligrosa), una sobrina con más agallas que muchos adultos y la sensación de que el pasado dejó de ser pasado. ¿El detalle friki? El Grabber ya no es solo carne y máscara: ha pillado contrato de interinidad en el mundo onírico y ahora hace horas extra en sueños. Freddy levanta el pulgar desde su caldera.

Derrickson abre el plano y suelta la correa

La primera Black Phone era una trampa, un teatrillo maligno de sótano y auricular. La segunda se escapa por la ventana: tundra blanca, bosque que cruje, un campamento que parece diseñado por un acólito de Carpenter. El director y su cómplice C. Robert Cargill no repiten esquema; lo revientan. Meten teología católica sin pedir perdón, hacen que un personaje hable con Jesús con toda la naturalidad del mundo y cruzan recuerdos, culpa y fe como si estuvieran montando una mixtape.

El look mola. Par M. Ekberg tira de Super 8 y Super 16 para que las pesadillas parezcan VHS maldito alquilado en 1985 en un videoclub con moqueta pegajosa. Hay un plano en cabina telefónica, nieve a infinito y almas que aparecen al girar la cámara que es puro “esto lo quiero en póster”. La secuencia de cocina, cuando la conexión Freddy/Grabber se hace explícita, es un caramelo para los que crecimos tirando de Elm Street. Y el clímax sobre el hielo… en fin, si reconoces Curtains vas a sonreír con culpa.

Hawke, voz de ultratumba; McGraw, brújula del infierno

Ethan Hawke vuelve en Black Phone 2 como esa presencia que te araña por dentro aunque no le veas la cara. La máscara sigue siendo un fetiche terrorífico y su voz, hecha serrín y tabaco, se te mete en el pabellón auditivo como un secreto sucio. No tiene los one-liners de Freddy ni falta que le hacen: su broma es la insistencia. Mason Thames lleva bien el peso de Finney en modo “todavía me dueles, 1978”, pero esta es la película de Madeleine McGraw. Su Gwen es un faro con botas de invierno: valiente, cabezota, mordaz, con ese brillo de heroína ochentera que no espera permiso de nadie.

Demián Bichir añade ese calor humano que te recuerda que el mal duele de verdad. Jeremy Davies reaparece como el padre con grietas; no es un cliché, es carne viva intentando recomponerse. Y ojo a Miguel Mora: su arco conecta con heridas del pasado sin subrayador neon.

Una carta de amor a los 80… con párrafos de más

black phone 2: el grimorio de los 80 marca de llamada oculta

Black Phone 2 hace algo que muchas majors no se atreven: se asoma al abismo y no aparta la mirada. Las visiones son genuinamente inquietantes. Hay una cara partida por un cristal que todavía se mueve que te taladra el sueño REM. La sensación de “esto no me lo pasarían en un focus group” le sienta de lujo. Y sin embargo, cuando Black Phone 2 se sienta a explicar su lore, se le enfría el café. Hay un tramo “aquí va el PowerPoint” que nos saca de la bruma hipnótica. Derrickson es mejor cuando deja que la lógica de pesadilla haga el trabajo sucio y la teología actúe como bajo continuo, no como homilía.

Aun así, cuando pisa el acelerador, derrapa bonito. La película entiende por qué Elm Street funcionaba y lo remezcla sin cosplay barato. No es copia; es cover con distorsión y pedal de reverb. Y en la comparación con tantas secuelas que solo cambian la numeración del título, esto ya es una liturgia digna.

El tono: de sleepover endemoniada a misa negra

Hay una corriente rara, deliciosamente incómoda, que atraviesa la película. No solo porque el Grabber ahora llame desde el inframundo, también porque el relato abraza la idea del bien y del mal sin ironías, como si le robara el catecismo al cura del barrio para convertirlo en grimorio. Es un gesto arriesgado, pero añade textura. Y sí, a veces se pone intensita; y sí, a veces el montaje podría dejar que un susto respirase medio segundo más. Pero cuando el teléfono suena y la nieve cruje, Black Phone 2 te tiene.

¿Franquicia en marcha? Cuelga tú primero

Blumhouse necesitaba una victoria que no fuese solo taquilla, también identidad. Esta secuela la tiene. No es perfecta, pero es de las que te arrastras a casa repasando planos en la cabeza. Se nota que hay mapa para seguir, que Finney y Gwen pueden crecer con nosotros, que el Grabber ha encontrado su zona de confort en las lindes del sueño. Si el tercer acto hubiese afinado un par de explicaciones y podado diez minutitos, estaríamos hablando de culto inmediato. Tal cual está, ya es más valiente que la media.

En definitiva, si te va el terror con sabor a videoclub, máscaras que no quieres ver de madrugada y nieve que esconde cadáveres y secretos, descuelga. Si esperas al Freddy bromista, aquí no hay chistes; hay cuchilladas metafísicas. Si buscabas “más de lo mismo”, este número cambia de tono, cambia de reglas y te obliga a jugar en terreno resbaladizo. Y en ese hielo, Derrickson patina con estilo.

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Black Phone 2

NOTA CINEMASCOMICS

TOTAL

Años después, el Grabber regresa desde el sueño y el hielo. Gwen sueña con niños bajo un lago, Finney intenta no volver a contestar… pero Alpine Lake llama. La fe, el trauma y un teléfono maldito se cruzan en una secuela que convierte al monstruo en leyenda onírica.

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carlos gallego guzmán

Carlos Gallego Guzmán

Carlos Gallego Guzmán ISNI: 0000 0005 1791 9571 es fundador y director de Cinemascomics.com, medio líder en información de cine, series, cómics y cultura pop en español. Con más de una década de experiencia en el sector digital, ha desarrollado una línea editorial centrada en grandes franquicias como Marvel, DC, Star Wars, ciencia ficción y animación. Su trabajo ha sido referenciado por múltiples plataformas y bases de datos internacionales, consolidando su identidad digital a través de identificadores oficiales como Wikidata e IMDb.

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