Hay una frase que se repite demasiado en el sector: “el cine ya no volverá a ser como antes”. Y lo curioso es que, tras asistir recientemente a varias charlas del ámbito de la producción audiovisual, nadie parecía realmente preocupado por responder a lo importante: cómo demonios llenamos otra vez las salas. Las conversaciones se quedaban en lo de siempre —crear contenido de calidad, reforzar las ayudas, impulsar la producción local— pero nadie mencionaba soluciones concretas para recuperar al espectador perdido.
Mientras tanto, el sofá, el móvil y las plataformas siguen quedándose con el tiempo de la gente, y las salas intentan que la magia de la pantalla grande no se apague del todo. El problema es que los datos muestran otra cosa: el cine se ha levantado… pero no ha vuelto a ocupar el lugar que tenía. Y si no se toman decisiones valientes, ese “nuevo normal” corre el riesgo de convertirse en el techo definitivo.
Los datos fríos: la recuperación se frena
A todo esto se suma un problema que 2025 ha dejado completamente al descubierto: la dependencia enfermiza de las salas hacia las franquicias… justo en un momento en el que casi ninguna ha funcionado como debería. Y el contexto previo no ayudaba. En 2024, la asistencia global ya había caído un 8,8% respecto a 2023, el primer retroceso desde la reapertura tras la COVID, dejando el sector en torno al 68% de los niveles de 2019.
Europa siguió la misma línea: 843 millones de entradas y unos 6.600 millones de euros en recaudación, cifras mejores que en plena pandemia, pero todavía muy lejos de la estabilidad perdida. España no fue una excepción: 73 millones de entradas, alrededor de un 30% menos que antes de 2020, con una media de 1,5 entradas por habitante frente a las más de dos de hace apenas cinco años.
Con estos cimientos debilitados, 2025 no ha logrado levantar el vuelo. Los datos provisionales recopilados por Comscore muestran que los títulos que tradicionalmente rescataban la taquilla —Marvel, Pixar, las grandes sagas animadas, los universos compartidos— no han impulsado la asistencia como se esperaba. El desgaste ya venía de atrás: Marvel acumulaba desde 2023 varios estrenos por debajo de sus promedios históricos, y Pixar encadenaba años irregulares alternando éxitos y tropiezos. En 2025, la tendencia no cambió: las superproducciones dejaron de ser garantía de fines de semana explosivos, la audiencia ya no responde por inercia y el “nombre de la franquicia” dejó de ser un salvavidas automático.
El resultado es claro: 2025 se despide como un año tibio, sostenido por unos pocos éxitos puntuales mientras el músculo de las franquicias muestra señales de agotamiento estructural.
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El sofá gana la batalla del hábito
Mientras las salas intentan recuperar músculo, los hábitos del público se han movido hacia otro terreno. Un estudio reciente señala que tres de cada cuatro adultos vieron un estreno reciente en streaming, pero solo dos tercios hicieron el esfuerzo de verlo en cine. Apenas un 16% pisa una sala cada mes, mientras que casi un 30% ve estrenos desde casa con esa frecuencia.
La “gravedad” del ocio ha emigrado hacia las plataformas: contenido instantáneo, sin horarios, sin desplazamientos, sin pagar extra por palomitas. Y por si fuera poco, el teléfono móvil también ha erosionado la experiencia: cada vez más usuarios se quejan del uso constante de pantallas iluminándose en mitad de la película, rompiendo la desconexión que antes definía el ritual de ir al cine.
El precio duele… y la barra de palomitas remata
El bolsillo importa, y mucho. En Estados Unidos, el precio medio de una entrada ronda ya los 13 dólares, sin contar transporte ni consumiciones. En España, aunque la foto es más moderada, la sensación es similar: ir al cine es un plan que rápidamente se convierte en gasto serio.
Las iniciativas de precio reducido confirman algo básico: cuando el precio baja, el público vuelve. La Fiesta del Cine reunió este año a 1,3 millones de espectadores en solo cuatro días, su mejor resultado desde 2019. Y el programa Cine Sénior, con entradas a 2 euros los martes, movió a 1,69 millones de mayores de 65 años, aumentando un 23% la asistencia de ese día.
Lo que no tiene sentido es intentar compensar la caída de espectadores subiendo los precios del combo palomitas-refresco hasta niveles de parque temático. El coste real es ínfimo; el impacto sobre la percepción del público, enorme. Si la experiencia se vuelve cara incluso antes de entrar en la sala, el sofá gana sin despeinarse.
Los niños sí quieren ir al cine… si el cine quiere que vayan

Cada vez que se estrena una película familiar bien posicionada, las salas lo celebran. No es teoría: es lo que demuestran los datos. Cuando se lanzó la última entrega de Padre no hay más que uno, por ejemplo, el público respondió con más de 160.000 espectadores en su primer día y más de 860.000 euros de recaudación, una cifra que solo se consigue cuando las familias deciden salir juntas a la sala.
Y el fenómeno global de KPop Demon Hunters confirma que el público joven y preadolescente también está ahí, esperando su momento. La película, nacida en streaming, fue anunciada como la más vista en la historia de la plataforma, superando los 236 millones de visionados, y aun así logró movilizar a miles de espectadores en su estreno puntual en cines con su versión “sing-along”, donde sumó más de 18 millones de dólares.
Cuando se les ofrece algo diseñado para ellos —vibrante, musical, colorido, dinámico— los más jóvenes llenan butacas. La demanda existe. Solo hay que abrirle la puerta.
Por eso tiene sentido pensar en medidas valientes, como permitir entrada gratuita a niños hasta los 8 años acompañados de adultos. No se trata de perder un ticket hoy; se trata de ganar a un espectador que volverá durante décadas.
El precio debe volver a ser aliado, no enemigo
La otra gran vía está en el valor. Si las entradas no pueden bajar, entonces deben ofrecer más por el mismo precio. Algo tan simple como incluir una bolsita de palomitas pequeña gratuita con cada entrada podría cambiar la percepción de forma inmediata. No es un coste real para las salas, pero sí un gesto emocional enorme para el espectador.
Reducir precios de menús, crear ofertas familiares y abandonar la sensación de que la barra es una “trampa para incautos” ayudaría a recuperar la naturalidad de la visita al cine.
Los días de entre semana son una mina sin explotar
La batalla real se libra entre lunes y jueves. Ahí es donde el cine compite directamente contra el sofá, las plataformas y el scroll infinito. Cada iniciativa de precio reducido demuestra lo mismo: si das una razón para salir, la gente sale. Tarifas especiales, abonos mensuales, promociones estables, recompensas por repetición… todo suma para reconstruir un hábito que antes estaba interiorizado.
El futuro del cine depende de devolverle la magia… y la lógica
El cine no compite solo con otras películas; compite con todo lo que cabe en un móvil. Para recuperar su lugar, las salas deben ofrecer una experiencia tan cuidada, accesible y emocionante que no pueda replicarse en casa.
No basta con esperar un nuevo fenómeno que salve la temporada. Hace falta repensar los precios, la experiencia, la cantera y el valor añadido. Si no se actúa, el público seguirá migrando donde el entretenimiento es más barato, más cómodo y más inmediato. El cine no está muerto. Pero tampoco está garantizado.
Y ahora la pregunta clave: ¿qué tendría que ofrecerte un cine para que volvieras más veces al año? Te leo en comentarios.


