A Bowie no se le entendía: se le miraba. Cambiaba de piel como si la fama fuese un vestuario infinito y la música, un laboratorio. Casi una década después de su adiós en 2016, su figura sigue irradiando esa mezcla rara de misterio y lucidez que convirtió a un chico flaco de Brixton en símbolo cultural de medio siglo.
Brixton: un niño educado con una inquietud imposible de planchar
David Robert Jones nació el 8 de enero de 1947 en un Londres todavía con cicatrices de guerra. En casa no faltaba disciplina ni abrigos bien puestos, pero sobraba una curiosidad feroz. Un ukelele, un saxo de plástico y algunas lecciones bastaron para encender una obsesión que, al principio, no deslumbraba a nadie. David Bowie no fue un prodigio prematuro: fue insistencia pura y una imaginación que no cabía en el aula.
Su hermano Terry, figura clave y sombra eterna, acercó a David a los márgenes de la realidad. La salud mental planeó sobre la familia y terminaría filtrándose en letras y personajes: la fascinación por lo extraño no era pose; era memoria.
La mirada que contó una biografía
El famoso “diferente color de ojos” fue, en realidad, una pupila izquierda permanentemente dilatada después de una pelea juvenil con su amigo George Underwood. La anécdota moldeó el mito y, sin querer, le regaló un emblema visual: esa mirada medio galáctica que parecía venir de otro sitio.
Aprender a fracasar antes de aprender a brillar
Antes de David Bowie estuvo David Jones con sus bandas efímeras. Grabó un debut homónimo extraño, juguetón y desubicado, con bromas sonoras como The Laughing Gnome. No había todavía “genio”; había búsquedas y callejones sin salida. Y, de pronto, la pantalla grande le dio dirección: Kubrick, 2001 y la soledad cósmica como brújula.
“Aquí Control a Mayor Tom”
En 1969, en plena fiebre espacial, escribió “Space Oddity”: acústica, opresiva, emocional. La BBC la utilizó durante la llegada del hombre a la Luna y Major Tom quedó flotando para siempre en el imaginario pop. El espacio ya no era ciencia: era sentimiento.
Glam: brillo, teatro y una idea mayor que un vestuario

El sueño hippie se apagaba y él encendió otra lámpara. Entre vestidos imposibles, maquillaje excesivo y referencias al kabuki, Bowie entendió que el escenario no era un sitio: era un personaje. Aquí aparece la palabra que lo explica todo: concepto. No era solo estilo; era drama.
Ziggy Stardust: cuando el visitante se comió al anfitrión
El 6 de julio de 1972, en Top of the Pops, David Bowie dejó de ser un cantante para convertirse en Ziggy Stardust, un mesías del rock con pelo ardiente y traje-sueño de Kansai Yamamoto. The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars no fue un disco; fue un relato completo: la Tierra con cinco años de vida (Five Years), la promesa de un Starman, el auge y caída de un ídolo devorado por su propio brillo.
Ziggy funcionó porque detrás había canciones enormes y una banda afilada (Mick Ronson, Trevor Bolder, Mick Woodmansey). Funcionó porque el show estaba coreografiado en cuerpo y gesto, y porque David Bowie era capaz de señalar a cámara y que medio país sintiera la interpelación.
El precio del personaje
Las giras encendieron focos… y alarmas. El dinero no cuadraba, la agenda devoraba horas y el personaje empezaba a respirar por David Bowie. En el Hammersmith Odeon, Londres, el artista ejecutó una de las escenas más audaces de su carrera: “No solo es el último concierto de la gira, es el último que haremos”. Mató a Ziggy en directo. Y salvó al hombre.
Aladdin Sane, Hunky Dory y la escuela de canciones
Entre despedidas e invenciones, dejó una estela de himnos: “Changes”, “Life on Mars?”, “The Man Who Sold the World”. Piano, guitarras, letras elásticas y esa voz que podía ser seda o cuchillo. David Bowie no se movía por tendencias: hacía que las tendencias le siguieran.
Más allá de la música: cine, moda, arte
«The Man Who Fell to Earth» David Bowie 1976 British Lion Film Corporation ** I.V.
Su influencia fue transversal. En el cine dejó dos huellas que hoy se leen como postales de su magnetismo: Thomas Jerome Newton en El hombre que cayó a la Tierra y el hipnótico rey de los goblins en Dentro del laberinto. Años después, una aparición sobria y brillante: Nikola Tesla en The Prestige. En moda, convirtió el vestuario en narrativa; en arte, el cuerpo en texto.
Identidad, deseo y ambigüedad: el espejo que no miente
David Bowie jugó con la androginia y la ambivalencia no para escandalizar, sino para ensayar libertades. Sus entrevistas podían dinamitar convenciones, pero el corazón del gesto estaba en permitir otras formas de estar en el mundo. Por eso hoy su legado se siente contemporáneo: no dicta; abre puertas.
¿Por qué Bowie sigue importando?
Porque nos enseñó que la evolución es un derecho. Que un artista no tiene que ser coherente con un molde, sino con su inquietud. Y porque cada vez que vuelve Starman a sonar, recuperamos la emoción de mirar hacia arriba y pensar que, quizá, hay mensajes esperándonos en el cielo.
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