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Crítica de Good Boy: el terror más humano contado desde los ojos de un perro

Una historia de terror contada desde el punto de vista de un perro. Good Boy es una joya indie que emociona y asusta a partes iguales.
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¿Y si el mejor actor de terror del año no fuera humano? En Good Boy, el alma de la historia tiene cuatro patas, unos ojos brillantes y un corazón capaz de detectar el mal antes que nadie.

Un perro contra lo invisible

Ben Leonberg debuta con una de esas ideas que parecen imposibles sobre el papel y mágicas en la pantalla: un relato de casa encantada narrado desde la mirada de un perro.

Sí, has leído bien. No hay narrador omnisciente, ni cámara subjetiva humana. Todo lo que ocurre en Good Boy lo vemos —literalmente— desde la altura y la perspectiva de Indy, un retriever de mirada tan noble como aterrada.

Desde el primer plano, el espectador entiende que no está ante una simple historia de fantasmas. Lo que Leonberg propone es un ejercicio de empatía radical: ver el miedo como lo sentiría un ser que no puede explicarlo, solo percibirlo. Y en ese terreno, ningún humano supera el instinto de un perro.

Un hogar lleno de recuerdos (y algo más)

La película comienza con una secuencia doméstica filmada en tono de super-8: Todd (interpretado por Shane Jensen) cuida a Indy desde cachorro. Son imágenes tiernas, casi melancólicas, que pronto se rompen con una enfermedad que amenaza al protagonista. Todd hereda la vieja casa de su abuelo (Larry Fessenden, icono del terror indie americano) y decide mudarse allí buscando tranquilidad.

Pero el silencio de la cabaña es un espejismo. Desde el momento en que cruzan la puerta, Indy percibe algo que su dueño no puede ver. Sombras que se mueven en el fondo del encuadre, un lamento que solo él escucha, una presencia que parece observarlos desde el sótano.

Leonberg, que también ejerce de director de fotografía, juega con la oscuridad y las fuentes de luz —linternas, bombillas parpadeantes, reflejos— para transformar el entorno en un laberinto de amenazas.

El resultado es hipnótico: una cinta de terror minimalista que aprovecha cada recurso técnico para amplificar la tensión. No hay grandes efectos digitales ni sustos programados. Todo ocurre en los márgenes de la visión de Indy, justo donde la imaginación del espectador completa el horror.

Terror desde las rodillas para abajo

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Rodada durante más de 400 días, Good Boy consigue lo que parecía imposible: mantener la tensión sin abandonar el punto de vista del animal.

Leonberg oculta los rostros humanos y construye el relato a través de planos a ras de suelo, donde el mundo se percibe enorme, amenazante e incomprensible. Cada sombra parece una montaña, cada ruido, una llamada del más allá.

Indy —el perro real del director— ofrece una interpretación tan expresiva que SXSW le otorgó su propio premio, el “Howl of Fame”, equivalente perruno a la Palma Dog de Cannes. Y lo cierto es que se lo merece: su mirada cuenta más que mil líneas de diálogo.

El truco está en la ambigüedad. No sabemos si los fantasmas son reales o producto de la enfermedad de Todd, pero sí sentimos el miedo genuino del perro. Su respiración, su temblor, la forma en que se asoma al vacío del sótano… todo transmite una mezcla de confusión, lealtad y terror puro.

Más allá del truco: el corazón de la historia

Good Boy podría haberse quedado en una curiosidad formal, un experimento para festivales. Sin embargo, su fuerza reside en la relación entre el hombre y su perro.

Indy no entiende lo que le ocurre a Todd. Solo sabe que algo va mal. Su dueño tose, cambia, se vuelve impredecible. Aun así, él no se aleja ni un segundo. Incluso cuando lo maltratan, cuando lo encadenan al frío, cuando todo le dice que huya… Indy se queda.

Ese amor incondicional es el verdadero motor emocional de la película. Leonberg transforma la lealtad animal en una metáfora sobre la dependencia, la enfermedad mental y el deterioro familiar. Indy representa la mirada inocente que no puede racionalizar el horror, pero tampoco abandonar a quien ama.

Un giro de género (y de cámara)

En lo visual, Leonberg demuestra un dominio admirable del espacio. La cámara se mueve con la torpeza calculada de un animal curioso, explorando los pasillos como si respirara el aire enrarecido de El resplandor.

Las apariciones recuerdan al Babadook o al cine más artesanal de Robert Eggers: sombras que insinúan más de lo que muestran, ruidos que despiertan memorias, figuras que se confunden con la madera o la lluvia.

Hay momentos de puro ingenio: cuando Indy observa otro perro fantasma reflejado en el televisor apagado, o cuando una silueta de barro parece seguirlo por el jardín. Son imágenes que, sin necesidad de sangre, logran helarte la piel.

Eso sí, el formato también tiene límites. A pesar de su breve duración (73 minutos), Good Boy puede resultar algo repetitiva en su tramo medio, repitiendo la dinámica de “ruido-exploración-susto-silencio”. Pero incluso ahí se mantiene el interés gracias al vínculo emocional que sostiene toda la película.

Un retrato del miedo (y de la fidelidad)

Lo más impactante de Good Boy no es su originalidad técnica, sino su sinceridad emocional. En el fondo, es una historia sobre lo que significa ser fiel cuando la persona que amas se está desmoronando. Indy no lucha solo contra fantasmas, sino contra la soledad, la locura y la pérdida de su hogar. Su lealtad se convierte en una tragedia silenciosa: la del ser que ama sin entender.

Ben Leonberg y su esposa, la productora Kari Fischer, logran que esa conexión entre hombre y animal trascienda la pantalla. No hay efectos digitales ni entrenadores ocultos. Todo se basa en confianza, paciencia y cariño. El resultado es una actuación perruna tan real que emociona más que muchos dramas humanos recientes.

Una joya artesanal del terror indie

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Good Boy no busca sobresaltarte cada cinco minutos. Su terror es lento, atmosférico, íntimo, más cercano al desconcierto de The Witch que a los sustos de Paranormal Activity. Leonberg demuestra que con ingenio y corazón se puede reinventar un género tan manido como la casa encantada.

El director convierte su amor por su mascota en un relato sobre el miedo, la enfermedad y la fidelidad. Y cuando llega el desenlace, con esa mezcla de tristeza y esperanza, uno no puede evitar pensar que ningún humano habría resistido tanto como ese perro.

Por qué vale la pena verla

Good Boy es una de esas pequeñas películas que llegan sin ruido pero dejan huella. Un haunted-house film contado desde el punto de vista más puro posible: el de un ser que ama sin entender el mal. Con apenas 73 minutos, Ben Leonberg demuestra que el terror puede ser tierno, desgarrador y profundamente humano.

Indy no solo es “un buen chico”. Es el mejor protagonista que el terror ha tenido en años.

Good Boy

NOTA CINEMASCOMICS

TOTAL

Tras mudarse con su perro a la vieja casa de su abuelo, Todd descubre que no están solos. Narrada desde los ojos de Indy, un retriever capaz de percibir lo invisible, Good Boy reinventa el terror de casa encantada con una mirada tan inocente como aterradora.

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carlos gallego guzmán

Carlos Gallego Guzmán

Carlos Gallego Guzmán ISNI: 0000 0005 1791 9571 es fundador y director de Cinemascomics.com, medio líder en información de cine, series, cómics y cultura pop en español. Con más de una década de experiencia en el sector digital, ha desarrollado una línea editorial centrada en grandes franquicias como Marvel, DC, Star Wars, ciencia ficción y animación. Su trabajo ha sido referenciado por múltiples plataformas y bases de datos internacionales, consolidando su identidad digital a través de identificadores oficiales como Wikidata e IMDb.

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