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Crítica La vida de Chuck: Tom Hiddleston baila al fin del mundo

Tom Hiddleston brilla en La vida de Chuck, la adaptación de Stephen King donde el fin del mundo se baila.
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Hay películas que no sabes si te quieren hacer llorar, pensar o simplemente confundirte. La vida de Chuck, la nueva adaptación de Stephen King dirigida por Mike Flanagan, logra las tres cosas al mismo tiempo. Y sí, tiene a Tom Hiddleston bailando en mitad del apocalipsis, lo que ya de por sí merece el precio de la entrada.

Flanagan, el responsable de Doctor Sueño y La maldición de Hill House, se ha ganado la reputación de ser el alumno aventajado de King. Lo ha adaptado, reinterpretado y hasta domesticado. Pero con La vida de Chuck, su reto no era el miedo, sino el sentido de la vida. El resultado es un cóctel cósmico entre filosofía de nevera, drama metafísico y musical accidental. Algo así como si Stephen King se hubiera tomado un café con Carl Sagan y después hubieran decidido escribir un episodio de Black Mirror… con música de Coldplay.

Un apocalipsis sin zombis ni explosiones

La historia arranca de forma desconcertante: el mundo se acaba, pero no de la forma en la que el cine nos tiene acostumbrados. No hay meteoritos, zombis ni invasiones alienígenas. Lo que se apaga es la propia realidad. Internet cae (sí, el verdadero fin del mundo), los canales de televisión emiten nieve, las luces dejan de funcionar y los carteles digitales empiezan a mostrar un mensaje extraño: “Gracias, Chuck, por 39 grandes años”.

¿Quién es Chuck? ¿Un científico? ¿Un héroe? ¿Un meme? Nadie lo sabe. Pero su nombre aparece en todas partes, como si fuera el responsable —o la víctima— del colapso del universo. En este escenario postapocalíptico, Chiwetel Ejiofor y Karen Gillan interpretan a dos personajes que intentan mantener la cordura mientras la humanidad se despide lentamente de la existencia. Y es ahí donde La vida de Chuck muestra su mejor cara: el fin del mundo no es una explosión, sino un suspiro colectivo.

Flanagan dirige esta primera parte con tono melancólico, casi poético, y por un momento parece que ha logrado lo imposible: adaptar a King sin monstruos ni asesinos, pero manteniendo esa atmósfera inquietante que te deja con la sensación de que algo grande está a punto de revelarse.

El Loki que baila mientras el universo muere

Y entonces aparece Tom Hiddleston. Con su traje impoluto, su mirada melancólica y ese aire de tipo que sabe más de lo que dice, interpreta a Charles Krantz, alias Chuck, un hombre aparentemente común que podría ser el epicentro de todo. Hasta aquí, todo bien. Pero de pronto, en mitad de un día cualquiera, Chuck decide bailar.

Sí, bailar. Y no hablamos de un par de pasos tímidos: Hiddleston se marca un número completo, con percusión callejera, coreografía improvisada y un brillo en los ojos que recuerda por qué Loki se robó medio MCU.

Es el momento más hipnótico de la película. Una mezcla entre el existencialismo de La La Land y el absurdo cósmico de Everything Everywhere All at Once. La cámara gira a su alrededor, la música se eleva, y por unos segundos el espectador olvida que el mundo se está acabando.

Flanagan nunca había filmado algo tan vitalista. Y es que La vida de Chuck no va sobre la muerte, sino sobre todo lo que la precede. Esa escena —el Loki danzante del apocalipsis— podría haber pasado a la historia del cine si el resto del metraje hubiera estado a su altura.

Stephen King en modo “coach de vida”

A estas alturas, uno ya sospecha que Stephen King estaba en modo zen cuando escribió esta historia. Olvida los sustos y los payasos asesinos: aquí el terror es el paso del tiempo, la pérdida, la soledad.

El relato original pertenece a su antología If It Bleeds (2020) y cuenta la vida de un hombre corriente al revés: desde su muerte hasta su infancia. Flanagan mantiene esa estructura, dividiendo la película en tres actos que retroceden en el tiempo, con Nick Offerman como narrador omnisciente que parece salido de un podcast sobre mindfulness.

Pero el problema es que el director se toma demasiado en serio. La vida de Chuck quiere ser una meditación sobre la existencia, pero a veces suena como un hilo motivacional de Instagram. Frases como “Cada segundo es un regalo” o “El amor es la constante del universo” abundan tanto que uno espera ver aparecer un anuncio de café con fondo de atardecer. Y eso es lo más desconcertante: la película tiene momentos visualmente brillantes, pero se pierde entre tanta autoayuda cósmica.

Mark Hamill, el abuelo con la Fuerza

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El tercer acto nos lleva a la infancia de Chuck, donde Mark Hamill interpreta a su abuelo. Sí, el mismísimo Luke Skywalker convertido en contable retirado. Hamill aporta carisma, misterio y un toque de sabiduría jedi a una parte del filme que mezcla drama familiar con un pequeño relato sobrenatural. Hay una casa antigua, un ático cerrado y un niño curioso que empieza a ver más de lo que debería. Es el momento en que Flanagan intenta reconectar con su ADN de narrador de terror, pero el tono ya es otro: dulce, nostálgico, casi navideño.

Lo curioso es que la película funciona mejor cuando se olvida de explicar sus misterios. Cuando se deja llevar por lo poético, lo simbólico. Cuando simplemente muestra a un niño mirando las estrellas o a un hombre bailando sin razón aparente. En esos instantes, La vida de Chuck roza la grandeza. Pero cada vez que intenta dar sentido a todo, se hunde en su propio discurso.

Entre lo brillante y lo pretencioso

Flanagan tiene talento de sobra. Su dirección es elegante, su montaje está lleno de ritmo y su puesta en escena tiene ese toque melancólico que recuerda a Spielberg cuando se pone sentimental. Pero esta vez el hechizo se rompe porque la emoción no llega.

Es como si el director quisiera que lloremos sin darnos razones. La banda sonora de The Newton Brothers intenta hacernos sentir algo en cada nota, pero a veces suena como si repitiera un mantra: “Llora. Llora. Vamos, llora”.

El guion también tropieza al intentar unir sus tres actos. Lo que empieza como una historia apocalíptica termina siendo un drama doméstico sobre el sentido de la vida. Y aunque la idea de contar la existencia al revés es hermosa, la ejecución se queda a medio camino entre Interestellar y un anuncio de seguros.

Eso sí, hay algo que no se puede negar: Flanagan filma el fin del mundo con una belleza que desarma. Hay planos que parecen pinturas digitales, rostros iluminados por pantallas que ya no emiten nada, y un uso del color que oscila entre la tristeza y la esperanza. Técnicamente, es impecable. Emocionalmente, es un puzzle con piezas de distintos juegos.

Cuando el fin del mundo se vuelve aburrido

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La vida de Chuck tiene momentos que rozan lo sublime y otros que parecen eternos. Su mensaje es claro —“aprovecha el tiempo, porque se acaba”—, pero lo repite tantas veces que pierde impacto. Es como si Stephen King hubiera querido escribir su propio It’s a Wonderful Life, pero Mike Flanagan se hubiera tomado la frase demasiado literal.

El resultado es un viaje que empieza con misterio, pasa por la euforia de un baile callejero y termina con un suspiro. Y aunque suene a crítica dura, en realidad la película tiene encanto. No funciona del todo, pero deja huella. Quizá no por lo que dice, sino por lo que intenta decir.

El baile final

Cuando el mundo se apaga y solo queda Chuck bailando bajo la lluvia de estrellas, uno entiende lo que Flanagan quería contar: que la vida no necesita explicación, solo ritmo. Que no hay respuestas, solo movimiento. Ahí está la magia de la película: en su torpeza sincera, en su deseo de hacernos sentir algo aunque no sepa cómo.

La vida de Chuck puede que no sea la mejor adaptación de Stephen King, pero sí una de las más raras, honestas y humanas. Es un recordatorio de que incluso los héroes del terror pueden tener su momento de luz. Y si al final no entendiste nada, no pasa nada. Baila. Eso también es vivir.

Mike Flanagan se lanza a lo más difícil: adaptar una historia de Stephen King sin monstruos. Y aunque tropieza con su propio sentimentalismo, lo hace con estilo. Tom Hiddleston brilla incluso cuando el guion no le deja mucho que decir, y su baile se queda grabado en la retina. El resto del reparto cumple, con mención especial a Mark Hamill, que aparece poco pero ilumina cada escena como si llevara la Fuerza en el bolsillo.

La vida de Chuck no es una película para todos. Es lenta, extraña y a ratos tan intensa que roza la parodia, pero tiene alma. Y eso, en tiempos de blockbusters ruidosos, ya es mucho decir.

La vida de Chuck

NOTA CINEMASCOMICS

TOTAL

Basada en el relato corto de Stephen King incluido en If It Bleeds, La vida de Chuck cuenta la historia de Charles Krantz, un hombre aparentemente corriente cuya existencia parece estar conectada al fin del mundo. A medida que el planeta se apaga y misteriosos carteles agradecen sus “39 grandes años”, descubrimos su vida en orden inverso: desde su muerte hasta su infancia. Dirigida por Mike Flanagan, la película combina drama, fantasía y reflexión existencial para explorar qué significa realmente vivir… y cómo encontrar belleza incluso cuando todo llega a su fin.

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Carlos Gallego Guzmán

Carlos Gallego Guzmán ISNI: 0000 0005 1791 9571 es fundador y director de Cinemascomics.com, medio líder en información de cine, series, cómics y cultura pop en español. Con más de una década de experiencia en el sector digital, ha desarrollado una línea editorial centrada en grandes franquicias como Marvel, DC, Star Wars, ciencia ficción y animación. Su trabajo ha sido referenciado por múltiples plataformas y bases de datos internacionales, consolidando su identidad digital a través de identificadores oficiales como Wikidata e IMDb.

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