Hay paneles que empiezan como nostalgia y acaban como brújula. En la NYCC nos sentamos con Elliot Page y James McAvoy para revivir X-Men: Días del futuro pasado y, de paso, asomarnos a lo que viene. Fue una charla sin postureo, llena de anécdotas que sólo salen cuando los protagonistas se sienten en casa. Y sí: hubo recuerdos de primeros amores frikis, confesiones actorales y ese tipo de momentos que te recuerdan por qué seguimos llamando “familia” a la Patrulla-X.
Así arranca: de Star Wars y Matrix a la Patrulla-X
El tono lo marcó Page desde el principio: cuando te golpea la sci-fi a cierta edad, ya no vuelves a mirar igual. Recordó el reestreno de Star Wars y esa sensación de “¿qué acabo de ver?”, que luego repetiría con Matrix. Aquella chispa terminaría llevándole a Vancouver, a una prueba de cámara que, sin saberlo, le abriría la puerta a Kitty Pryde. Para quien venía de rodajes más pequeños, aterrizar en un set mutante fue un choque hermoso: camiones, decorados gigantes, y un equipo que la arropó desde el minuto uno. El poder de Kitty —atravesar paredes— parecía sencillo “sobre el papel”, pero Page explicó que el reto real era volverlo emoción: que cada faseo se notara en la respiración, en la mirada, en el tempo… y no sólo en el efecto digital.
McAvoy, por su parte, se plantó en el origen de su Charles Xavier. ¿Cómo honrar a Patrick Stewart sin imitarlo? La respuesta le salió en dos movimientos. Primero, economía: menos gesto, más intención. Segundo, un símbolo mínimo que todo el mundo entiende: el dedo en la sien para “encender” la telepatía. No estaba en aquellas primeras películas, pero sí en los cómics y en la serie animada; y, en pantalla, funciona como un interruptor dramático. Con esa mezcla de contención y gesto icónico, McAvoy encontró a un Xavier joven y hambriento, con heridas que aún no cicatrizan.

Page, modo odisea: volver a Nolan desde otro lugar
El pico de emoción llegó cuando Page habló de su reencuentro con Christopher Nolan. Lo contó con ese respeto que se le pone a la voz cuando sabes que vas a cruzar un umbral. Leyó el guion en una sala, con el secretismo habitual, y describió la lectura como una montaña rusa: al principio todo se siente grande, casi desconcertante, y de pronto las piezas encajan. Volver con él “desde otro lugar personal” le significa mucho, dijo. Y se le notó. No dio detalles (tampoco los buscábamos), pero lo definió con dos palabras que a cualquier cinéfilo le ponen a cien: “épico” y “extraordinario”.
También salieron las preguntas técnicas que amamos: cámaras IMAX, sonido directo y poco ADR. Page explicó que, cuando la película apuesta por la verdad del set, cada toma implica precisión quirúrgica: colocación, proyección, respiración… todo cuenta. Para quien disfruta del cine como artesanía, fue música.
McAvoy director: rap, identidades prestadas y una verdad muy escocesa
El turno de James nos llevó detrás de la cámara. Habló de su ópera prima —un proyecto que mezcla música, picaresca e identidad— a partir de la historia real de dos jóvenes escoceses que fingieron ser raperos californianos para abrirse hueco. Lo definió como entretenido, divertido y por momentos trágico, un viaje sobre ambición, impostura y lealtad. Más que vender película, compartió aprendizajes: el pulso del montaje, el vértigo de decidir dónde acaba la broma y empieza la herida, y ese placer rarísimo de dirigir desde la empatía que da haber estado tantas veces al otro lado.
Días del futuro pasado: edición backstage

La parte más jugosa del panel fue la arqueología del rodaje. Page confesó que “vender” el poder de Kitty en pantalla era una pequeña trampa mental: ¿Qué se siente al cruzar un muro? Decidió “cargar” el momento: no es sólo entrar y salir; es quebrar la realidad un segundo y que el cuerpo lo sepa. De ahí los microgestos, la tensión en la mandíbula, ese medio latido antes de reaparecer. Pequeñeces que en sala se notan sin que se vean.
McAvoy, en cambio, regaló una joya teatral: una tarde improvisando Shakespeare en la caravana con Patrick Stewart e Ian McKellen. Venía de hacer Macbeth y, aun así, reconoció entre risas que se quedó en blanco mientras los dos veteranos se tiraban versos como quien se pasa la sal en la mesa. “Te recuerda qué tipo de actor eres”, dijo. Y lo más bonito: ese respeto no impide hacer tu versión, lo alimenta.
X-Men como refugio: el superpoder que no sale en los créditos
Entre anécdotas, se abrió un hueco para lo importante. Contaron que, muchas veces, la gente se les acerca sin pedir foto ni firma: sólo para dar las gracias. Personas que pasaban por un momento complicado y encontraron en los X-Men compañía, espejo, consuelo. Ahí está el corazón de estas historias: metáforas de marginación, identidad y resistencia que acompañan de verdad. Si una película de superhéroes te dice “eres suficiente” cuando el mundo te cierra la puerta, ya ha hecho su trabajo.
Tres momentos con adamántium (y una chaqueta vaquera)

Porque también venimos a reírnos, hubo un triplete de oro:
1) El gamer inesperado. McAvoy contó que, de vez en cuando, vuelve a los shooters online con amigos. Imaginad su fantasía de chat de voz: “¡acabas de eliminar a James McAvoy!”. Ojalá ese clip exista.
2) El gesto telepático. El famoso dedo en la sien se decidió en un debate tan serio como hilarante. ¿Demasiado obvio? ¿Demasiado “dibujos”? Al final, ganó la claridad narrativa: en una franquicia con poderes abstractos, un gesto mínimo te lo cuenta todo.
3) La prenda que cierra un círculo. Para rematar, McAvoy apareció con la misma chaqueta vaquera que llevó en su primera NYCC hace años. No hay máquina del tiempo más honesta que una prenda que vuelve cuando tiene que volver.
Presente continuo: lo que se viene, sin prisas y sin miedo
Sin soltar spoilers, quedó claro que ambos están en punto dulce. Page mira adelante con un proyecto que le exige y le ensancha; McAvoy ha probado el sabor de dirigir y no suena a capricho pasajero. Y sobre el futuro de los mutantes, ni ansiedad ni discursos solemnes: apertura. Los personajes sobreviven a sus intérpretes porque nacen del público. Que vengan nuevas lecturas. Que cambien las caras si cambian los tiempos. La Patrulla-X, al fin y al cabo, va de evolucionar.
Salimos del panel con la batería cargada. X-Men no es sólo un título que recordamos: es un idioma que seguimos hablando. Mientras existan historias que te inviten a cruzar paredes, que te permitan pensar distinto y mirarte con cariño cuando el mundo aprieta, los mutantes estarán vivos. Y si encima quienes los han encarnado te abren la puerta a lo que venga, mejor aún.
Nosotros estuvimos allí y lo vivimos así: cercano, honesto y muy, muy friki. ¿Cuál fue tu primer “momento X” en el cine o la tele? Te leemos abajo.




