En 2014, nadie imaginaba que una película sobre un grupo de inadaptados espaciales acabaría marcando el destino del Universo Cinematográfico de Marvel. Pero James Gunn sí lo sabía. Y lo que empezó como un experimento divertido, pronto se convirtió en el nuevo ADN de Marvel… para bien y para mal.
Había muchas luces, música setentera y un mapache que hablaba, pero lo que se estaba gestando era mucho más profundo: una transformación silenciosa del MCU. Una que con los años acabaría pasándole factura. James Gunn llegó desde el cine de terror, la comedia negra y los guiones imposibles. Y sin que nadie lo viera venir, cambió las reglas del mayor universo del entretenimiento.
El día que todo cambió

Su llegada con Guardianes de la Galaxia fue explosiva. En un 2014 dominado por superhéroes serios y líneas narrativas rectas, Gunn apareció con un estilo irreverente, emocional y lleno de color. Nadie esperaba que un grupo de personajes que ni los fans más fieles de los cómics conocían bien terminaran conquistando la taquilla. Pero lo hicieron: más de 772 millones de dólares en todo el mundo.
Ese mismo año, los hermanos Russo presentaban Capitán América: El Soldado de Invierno, con un tono serio, casi político. Fue un éxito, sí, pero muy distinto. Y ahí comenzó una batalla invisible. Dos formas de entender Marvel. Dos caminos en paralelo. El problema es que uno de ellos se volvió el único modelo a seguir.
Lo curioso es que Gunn nunca pretendió imponer su estilo. Su humor, su estética pop, su narrativa emocional y su amor por los personajes disfuncionales surgían de manera orgánica. No era una fórmula pensada para ser replicada en cadena. Pero Marvel, siempre atenta a lo que funciona, empezó a copiarlo. Lo que en Guardianes de la Galaxia había sido un soplo de aire fresco, se volvió fórmula. Y ahí comenzó el desgaste.
El virus del humor

El estilo James Gunn se convirtió en el nuevo molde del MCU. Primero tímidamente, con Ant-Man. Luego más evidente, con Thor: Ragnarok, Doctor Strange, She-Hulk o Love and Thunder. Humor constante, tono ligero, frases ingeniosas que rompían toda tensión. Gunn sabía equilibrarlo. Pero cuando otros intentaron copiarlo, la fórmula se rompió.
Lo que en Guardianes funcionaba a la perfección, se volvió repetitivo y forzado en muchas otras entregas. Marvel perdió su diversidad de tonos y su equilibrio emocional. Donde antes había dramatismo, ahora había chistes. Donde había riesgo, ahora había muletillas cómicas. Y el público comenzó a desconectar.
No se trataba solo de saturación. También de desconexión emocional. El humor forzado eliminó la tensión en escenas clave. Los conflictos se resolvían con una broma. Las muertes no pesaban. Y los momentos importantes se diluían en una sonrisa.
Dos excepciones y una esperanza
Sony Pictures Entertainment
Pero no todo fue desierto. Películas como Spider-Man: No Way Home y Deadpool & Wolverine demostraron que se podía hacer lo que hizo Gunn: mezclar emoción, humor y épica. Sin traicionar la historia. Supieron cuándo bajar el volumen, cuándo subirlo, cuándo callar y cuándo golpear.
Ambas películas lograron lo que muchas habían olvidado: conectar emocionalmente con el público. Volver a hacer que los personajes importen. Que sus decisiones duelan. Que sus historias se sientan únicas. Y sí, el humor sigue presente. Pero como herramienta, no como disfraz.
Mientras tanto, James Gunn ya no estaba en Marvel. O no del todo. Ahora lidera el DCU desde cero. Su Superman (2025) es la piedra angular de un nuevo universo cinematográfico. Y esta vez no es solo el director. Es el arquitecto. Tiene el control creativo de todo. Y si le sale bien, lo que hizo en 2014 será solo el prólogo de algo mucho más grande.
Gunn no solo dirige. Define el tono. Elige los actores. Supervisa los guiones. Marca el rumbo narrativo. Y todo indica que aprendió de los errores que otros cometieron al copiarle. Su Superman parece recuperar el equilibrio que se perdió en el MCU: humor, sí, pero con corazón. Acción, sí, pero con propósito. Y emoción, sobre todo emoción.
Marvel intenta reaccionar

Marvel intenta ahora volver al tono de los Russo. Anuncian que Vengadores: Doomsday y Secret Wars serán más serias, más épicas. Pero el desgaste es real. El público ha cambiado. Y aunque muchos quieren volver al drama, a los momentos con peso, el estilo de Gunn está demasiado arraigado. Incluso cuando él ya no está, su influencia sigue.
Y no solo en el tono. También en la estructura narrativa. En los diálogos. En la forma de construir a los personajes. Todo huele a Guardianes, incluso cuando los personajes no tienen nada que ver. Y eso, para Marvel, es un problema. Porque ha perdido su capacidad de sorprender.
Los fans piden riesgo, pero también coherencia. Quieren volver a sentir que hay algo en juego. Que las decisiones importan. Que el sacrificio tiene un precio. Y mientras Gunn lo intenta con Superman, Marvel intenta reencontrarse a sí misma en un escenario mucho más competitivo y exigente.
¿Realmente lo destruyó?
Entonces, ¿de verdad destruyó el MCU? No. Pero lo transformó. Y al convertirse en el estándar, lo dejó sin margen para evolucionar. Marvel convirtió un estilo fresco en una rutina. Mientras tanto, Gunn juega desde el otro lado del tablero con nuevas piezas. Y todo apunta a que ya ganó la primera partida.
Lo que empezó como una comedia espacial con un mapache y un árbol, acabó marcando la narrativa de todo un estudio durante una década. Gunn no lo planeó así, pero su impacto es innegable. Ahora le toca demostrar si puede construir algo diferente, algo más grande, algo más maduro. Y si lo consigue, Marvel tendrá que decidir si sigue atrapada en el pasado… o si se atreve, por fin, a mirar hacia adelante.
¿Y si Superman es solo el comienzo?




