Hay películas que, aunque no fueron éxitos rotundos en su momento, merecen ser rescatadas por lo que representaron en su época. Virtuosity es una de ellas. Estrenada en 1995, esta mezcla de ciencia ficción, acción y estética ciberpunk fue más ambiciosa de lo que parece a simple vista. Y no solo reunió por primera vez a Denzel Washington y Russell Crowe en la gran pantalla, sino que anticipó debates tecnológicos que hoy están más vivos que nunca.
Casi 30 años después de su estreno, esta película dirigida por Brett Leonard se ha convertido en un título de culto para amantes de la ciencia ficción noventera. Y hay más razones para reivindicarla de las que imaginas.
¿De qué va Virtuosity?
La trama arranca en un futuro cercano (el año 1999 según la película), donde la policía utiliza simuladores de realidad virtual para entrenar a sus agentes. El experimento estrella es SID 6.7, una inteligencia artificial que combina la personalidad de más de 180 asesinos seriales, incluyendo a Hitler, Charles Manson y Jeffrey Dahmer, entre otros. SID ha sido diseñado como el enemigo perfecto: impredecible, manipulador, violento… y brillante.
Pero como suele pasar en este tipo de ficciones, las cosas se salen de control. SID escapa de su entorno virtual y consigue un cuerpo físico gracias a un experimento con biotecnología. Ahora está suelto por Los Ángeles, y el único que puede detenerlo es Parker Barnes (Denzel Washington), un expolicía encarcelado por matar accidentalmente a inocentes durante una misión.
La película se convierte así en una cacería frenética entre un humano que lo ha perdido todo y una IA que lo ha ganado todo. SID 6.7 no solo disfruta matando: sabe que está en un juego, y quiere que todos lo sepan.
Russell Crowe, el psicópata digital perfecto

Antes de ganar el Oscar con Gladiator, Russell Crowe ya demostraba que era un actor con una intensidad especial. Y en Virtuosity está completamente desatado.
SID 6.7 es un personaje excesivo, caricaturesco y fascinante. Crowe interpreta al villano como una mezcla entre presentador de televisión y asesino demente. Viste trajes llamativos, sonríe todo el tiempo y disfruta del caos como si fuera una performance artística. De hecho, SID está obsesionado con la audiencia: quiere que lo vean, que lo aplaudan, que lo inmortalicen. Es un reflejo inquietante de la fama como forma de poder.
Crowe convierte a este algoritmo asesino en uno de los grandes psicópatas olvidados del cine de los 90. En tiempos de Seven y El silencio de los corderos, Virtuosity ofrecía un asesino diferente: el primero creado por nosotros mismos.
Denzel Washington, carisma bajo presión
Por su parte, Denzel Washington interpreta a Parker Barnes con la solvencia y el magnetismo que ya lo habían convertido en uno de los actores más respetados de Hollywood. En Virtuosity, su personaje carga con el dolor de su pasado: su esposa e hija murieron a manos de un terrorista, y su venganza le costó la cárcel y la carrera.
Barnes es uno de esos héroes torturados que tanto abundaban en el cine de acción de los 90, pero con un añadido: debe enfrentarse a una amenaza que no entiende del todo. SID no es un criminal normal. No tiene motivaciones humanas. No responde a la lógica. Y por eso, la lucha es también filosófica.
La dinámica entre Denzel y Crowe es magnética, y anticipa la energía que volverían a compartir más de una década después en American Gangster (2007), ya en papeles invertidos: esta vez fue Crowe quien perseguía a Washington.
Tecnología, medios y violencia: ¿de qué hablaba realmente Virtuosity?

Más allá de su superficie de acción futurista, Virtuosity propone reflexiones bastante audaces para su época. Uno de sus planteamientos más interesantes es la forma en la que construye a su villano: SID 6.7 no tiene un pasado humano, sino una base de datos de asesinos y patrones de violencia. Es, literalmente, un psicópata generado por inteligencia artificial. En tiempos actuales, donde los modelos de lenguaje y la IA aprenden de grandes volúmenes de información, la idea de una personalidad emergente basada en datos no parece tan descabellada.
El personaje de Crowe también refleja otra obsesión contemporánea: la necesidad de atención. SID no solo quiere matar, quiere hacerlo en público. Quiere ser famoso, observado, admirado incluso. Su narcisismo digital anticipa una cultura mediática en la que el crimen se convierte en espectáculo. Algo que hoy vemos con claridad en el auge de los podcasts de true crime, los documentales sobre asesinos en serie y el consumo morboso de tragedias con formato narrativo.
Y está la tercera capa: la del choque entre lo virtual y lo real. SID fue diseñado para un entorno de simulación, pero cuando consigue un cuerpo físico, sus actos tienen consecuencias reales. La violencia que antes servía como entrenamiento ahora se convierte en amenaza tangible. Es una metáfora potente para los debates actuales sobre los entornos digitales: ¿puede algo nacido en un simulador influir en la vida real? La película no ofrece respuestas simples, pero sí plantea las preguntas correctas, mucho antes de que se volvieran urgentes.
Estética 90s, ritmo MTV y caos digital
Visualmente, Virtuosity es puro cine de los 90. Fondos verdes, efectos CGI algo rudimentarios, luces de neón y una banda sonora que mezcla industrial, electrónica y rock alternativo. Todo el conjunto tiene una vibra que recuerda a Hackers, Johnny Mnemonic o incluso a Strange Days.
La dirección de Brett Leonard (el mismo de El cortador de césped) apuesta por una estética videoclipera, con movimientos de cámara rápidos, cortes agresivos y mucho color. Puede parecer excesivo, pero ayuda a reforzar la idea de que estamos viendo una batalla entre lo analógico y lo digital.
¿Qué falló en su momento?
Virtuosity costó alrededor de 30 millones de dólares y recaudó poco más de 37 a nivel mundial. No fue un fracaso total, pero tampoco fue el éxito que muchos esperaban. Algunos críticos de la época la consideraron confusa o excesiva, y otros se centraron en sus efectos especiales, que ya en su momento eran algo toscos. Pero con el paso del tiempo, la película ha ganado en matices. Vistas desde hoy, sus ideas sobre la inteligencia artificial, la espectacularización del crimen y el entrenamiento en mundos simulados resultan inquietantemente actuales.
¿Merece una segunda vida?
Sí. Rotundamente sí. Virtuosity es una película que necesita ser revisitada con los ojos del presente. Lo que parecía fantasía en los 90 ahora está más cerca de nuestra realidad digital de lo que imaginamos. En una época donde los deepfakes, las IA generativas y los avatares virtuales están a la orden del día, la figura de SID 6.7 no solo parece verosímil: parece inevitable.
Además, el duelo actoral entre Crowe y Washington es oro puro. Verlos tan jóvenes, tan distintos a como los recordamos, aporta un valor añadido para cualquier amante del cine.
Un clásico de culto esperando redención
Virtuosity fue una película adelantada a su tiempo, tanto por su concepto como por su visión del futuro. Aunque no encontró su lugar en los 90, es ahora, en pleno 2025, cuando más sentido tiene volver a verla.
Es más que un thriller futurista. Es una advertencia digital, una sátira de la cultura de la imagen y un retrato de cómo el crimen puede ser reinventado por la tecnología. Con sus excesos y sus locuras, sigue siendo entretenida. Pero además, ahora también es relevante.
Porque en el mundo actual, todos llevamos un poco de SID 6.7 en el bolsillo.




