Pocas películas envejecen tan bien como lo ha hecho esta obra maestra de la ciencia ficción distópica, un thriller con viajes en el tiempo, conspiraciones, pandemias y locura dirigido por el irrepetible Terry Gilliam. 30 años después de su estreno en 1995, 12 Monos sigue siendo una joya incómoda, hipnótica y difícil de encasillar. Una de esas historias que no solo se ven: se sufren, se piensan… y se recuerdan. Y lo más curioso es que, en tiempos como los actuales, su historia resulta más actual que nunca.
Terry Gilliam, el visionario incómodo
Para muchos, Terry Gilliam es ese ex Monty Python que decidió dejar atrás el humor absurdo para adentrarse en territorios más oscuros, caóticos y personales. Para otros, es uno de los cineastas más originales del cine moderno, capaz de mezclar sátira, ciencia ficción y pesimismo existencial en una misma escena.
Con esta película de ciencia ficción, Gilliam logró algo muy raro: trabajar para un gran estudio sin perder ni un gramo de su estilo. La historia está basada en el cortometraje francés La Jetée (1962), pero él le inyectó toda su esencia: escenarios opresivos, giros impredecibles y personajes al borde de la locura. Y funcionó. Fue un éxito comercial y crítico, con apenas 30 millones de presupuesto y un reparto en estado de gracia.
Una historia sobre el miedo, el tiempo y la percepción

La trama arranca en un futuro postapocalíptico donde la humanidad ha sido prácticamente aniquilada por un virus. Los pocos supervivientes viven bajo tierra, y las autoridades envían a presidiarios al pasado con la esperanza de encontrar el origen del brote y evitar la catástrofe.
Bruce Willis interpreta a James Cole, un convicto que es enviado accidentalmente a 1990 en lugar de 1996, el año clave. Allí es internado en un manicomio, donde conoce a Jeffrey Goines (Brad Pitt) y a la psiquiatra Kathryn Railly (Madeleine Stowe). Lo que sigue es un viaje entre la paranoia, la redención y el eterno dilema: ¿está todo en su cabeza o el fin del mundo es real?
A medida que la historia avanza, la confusión del espectador crece junto con la del protagonista. Cole viaja entre diferentes momentos temporales, y su misión parece cada vez más inalcanzable. La idea de que podría haber sido él mismo quien inspiró el apocalipsis resulta tan aterradora como brillante desde el punto de vista narrativo.
Brad Pitt en modo perturbador total
Uno de los grandes descubrimientos de la película fue Brad Pitt, completamente desatado en un papel que le valió su primera nominación al Oscar como Mejor Actor Secundario. Su interpretación de Jeffrey Goines es un cóctel de gestos nerviosos, frases delirantes y energía descontrolada. Un personaje impredecible que se convirtió en uno de los más memorables del cine de los 90.
Para prepararse, Pitt se encerró varias semanas en un psiquiátrico observando a pacientes reales. El resultado está en pantalla: incómodo, fascinante, brutal. El actor demostró una capacidad sorprendente para moverse entre la locura y la lucidez con total credibilidad, y su química con Bruce Willis añade una capa extra de tensión a la película.
Un rompecabezas visual y narrativo
Lo que diferencia a esta película de otras cintas de ciencia ficción es que no te lo pone fácil. No es lineal, ni clara, ni te lleva de la mano. Es un laberinto de recuerdos fragmentados, sueños ambiguos y pistas falsas. Y justo por eso, es tan buena.
Gilliam juega con la percepción del espectador. ¿Es Cole un héroe trágico o un enfermo mental? ¿Lo que vemos es real o una alucinación? La película no da respuestas simples. Y eso la hace más adictiva en cada nuevo visionado. El guion, firmado por David y Janet Peoples, combina filosofía, teorías del caos y psicología clínica en un entramado que desafía al espectador a cada minuto. Nada es obvio. Todo está cargado de ambigüedad y simbolismo.
Una estética que se adelantó a su tiempo

En lo visual, también marca la diferencia. La fotografía sucia, los ángulos extremos, la arquitectura decadente y los trajes reciclados del futuro conforman un universo que no se parece a nada. Una especie de cyberpunk vintage que inspiraría años después a películas como Hijos de los hombres o series como Dark.
Y todo esto con un presupuesto ajustado. Terry Gilliam no tuvo efectos digitales espectaculares, pero su imaginación y dirección artística lograron crear uno de los mundos más inquietantes del cine de los 90.
Una película que se siente distinta cada vez
12 Monos es una de esas pocas películas que cambian con cada visionado. La primera vez puede parecer confusa, casi impenetrable. Pero con cada revisión, nuevas conexiones emergen, detalles que antes pasaron desapercibidos cobran sentido y las emociones se amplifican.
Eso es precisamente lo que la convierte en obra de culto: su capacidad para crecer con el espectador. En una era donde la mayoría de las películas están diseñadas para ser consumidas rápidamente, 12 Monos exige tiempo, paciencia y entrega.
Crítica y público la siguen valorando 30 años después
Hoy, tres décadas después de su estreno, la película mantiene un sólido 88% de aprobación en Rotten Tomatoes, tanto por parte de la crítica como del público. Un indicativo claro de que su impacto no ha disminuido con el tiempo, sino que ha crecido gracias a su profundidad temática y su tratamiento poco convencional del viaje en el tiempo.
Incluso ha sido analizada en facultades de cine, filosofía y psicología, como ejemplo de narrativa no lineal y de retrato del delirio psicótico. Su influencia ha alcanzado también a otras artes, desde la música hasta la literatura especulativa.
Una locura que cobra más sentido con el tiempo
Esta película no fue concebida para ser un blockbuster, pero acabó convirtiéndose en una de las más inteligentes y arriesgadas de su década. Terry Gilliam logró mezclar ciencia ficción con psicoanálisis, acción con existencialismo y drama con conspiración.
Y en 2025, su mensaje sigue resonando. No importa cuántas veces la veas: siempre encontrarás algo nuevo. O algo que ya no recuerdas si era real.
En tiempos de algoritmos, consumo rápido y ficciones prefabricadas, volver a una película como esta es un acto de resistencia. Un recordatorio de que el cine también puede ser un espejo roto en el que ver reflejadas nuestras peores pesadillas… y nuestras mejores preguntas.





Gran película, la vi en su momento en el cine y me voló la cabeza.
Excelente película, lo único que agregaría es una mención especial a la música, lo de Piazzola es impecable.