Pocas películas ochenteras han dejado tanta huella como The Running Man. En su momento, Arnold Schwarzenegger convirtió aquel futuro distópico en un espectáculo de testosterona y frases lapidarias. Casi cuatro décadas después, el director Edgar Wright ha decidido darle una nueva vida a la historia, con Glen Powell como protagonista. Y aunque ambos proyectos comparten título, lo cierto es que son tan distintos como el propio Ben Richards antes y después del apocalipsis.
La nueva versión de The Running Man, estrenada en Estados Unidos el 12 de noviembre, ha debutado con una recaudación estimada entre 23 y 25 millones de dólares. No está nada mal para un remake que llega cargado de nostalgia y curiosidad. ¿Pero de verdad está a la altura del clásico de Paul Michael Glaser? Las críticas parecen dividirse: la original tiene un 59 % en Rotten Tomatoes y la nueva alcanza un 63 %. Vamos, que la carrera está reñida.
Dicho esto, hay diferencias enormes entre ambas. Algunas son de tono, otras de personajes y unas cuantas de pura filosofía cinematográfica. Así que ponte cómodo, que aquí te contamos las seis diferencias más llamativas entre el Arnold Schwarzenegger de los 80 y el Glen Powell del 2025 en The Running Man.
Dos héroes con pasados opuestos
En la versión de 1987, el Ben Richards de Schwarzenegger era un policía de élite que se rebelaba contra un gobierno totalitario. Un tipo que sabía disparar, pelear y mirar al enemigo con la misma frialdad con la que se limpia el sudor después de destruir medio edificio. Vamos, el Schwarzenegger de toda la vida.
The Running Man (1987)
En cambio, Glen Powell interpreta a un ciudadano corriente, un tipo que trabaja, sufre y no tiene nada heroico… al menos al principio. Solo acepta participar en The Running Man para conseguir dinero para el tratamiento de su hija enferma. No busca redención ni venganza: busca sobrevivir.
Ese detalle cambia todo el tono. Wright no necesita un héroe invencible, sino un hombre desesperado. Y esa vulnerabilidad nos atrapa mucho más. Porque, seamos sinceros, cuando Powell grita de rabia frente a las cámaras, uno siente que podría ser cualquiera de nosotros.
The Running Man (2025)
Del encierro claustrofóbico al mundo abierto
La The Running Man original limitaba la acción a un gigantesco coliseo subterráneo: 400 bloques de pura locura televisiva donde los “cazadores” acechaban a los concursantes. Ese escenario cerrado creaba tensión constante, pero también reducía las posibilidades narrativas.
Edgar Wright ha decidido abrir las puertas. En su versión, la caza ocurre a nivel mundial. El protagonista puede huir, esconderse o enfrentarse a sus perseguidores en cualquier parte del planeta.
Esto le da un aire completamente distinto: la cámara respira, el paisaje cambia, y las persecuciones dejan de ser un simple juego televisivo para convertirse en una metáfora sobre cómo escapar de un sistema que te controla incluso fuera de la pantalla. Además, los espectadores del siglo XXI ya han visto demasiados “juegos de supervivencia” en arenas cerradas. Wright lo sabe, y se adelanta con estilo.
Los villanos: del circo al ejército
En 1987, los enemigos se llamaban “Stalkers”, y parecían sacados de un videojuego de la época: uno con motosierra, otro con lanzallamas, otro con trajes fluorescentes. Eran caricaturas deliciosas. Cada aparición era una fiesta de creatividad y violencia estilizada.
Pero en la nueva The Running Man, los villanos son un grupo militar sin rostro, conocidos simplemente como “Hunters”. Más realistas, sí, pero también más impersonales. Su presencia funciona como una alegoría del poder deshumanizado: un sistema que te aplasta sin siquiera mirarte a la cara.
Aun así, hay quien echa de menos la locura kitsch de los ochenta. Porque admitámoslo, ver a Schwarzenegger gritándole “¡Subzero… ahora cero bajo cero!” a un tipo disfrazado de jugador de hockey no tiene precio.
El amor también corre por su vida
Otra gran diferencia entre ambas The Running Man es el componente romántico. En la versión original, Richards termina enamorándose de Amber (Maria Conchita Alonso), una trabajadora del canal que emite el macabro concurso. Ella empieza siendo su enemiga y acaba ayudándole a derribar al sistema.
En cambio, el Ben Richards de Glen Powell ya tiene una esposa e hija cuando comienza la historia. Su amor no surge, sino que lo impulsa. Cuando cree que ambas han muerto, la furia lo transforma.
El resultado es un héroe más emocional, menos máquina de matar. La cámara de Wright se recrea en la desesperación, en los gritos y en los silencios. Es el momento en que el thriller se convierte en tragedia y Powell demuestra que puede ser tan intenso como cualquier actor dramático.
Y sí, aquí también hay espacio para la acción pura. Porque cuando el amor desaparece, lo que queda es fuego.
Duración y ritmo: velocidad ochentera vs paciencia moderna
La cinta de Paul Michael Glaser duraba unos 101 minutos, directa al grano, sin rodeos. Acción, chistes, explosiones, créditos. Era otra época.
La nueva The Running Man se alarga hasta los 133 minutos, y lo hace con intención. Wright utiliza el tiempo extra para profundizar en el personaje, en el mundo, y en las consecuencias de cada decisión.
El público actual tolera y agradece esa pausa. Las series y los videojuegos nos han acostumbrado a relatos más amplios, con capas. Aun así, hay quienes defienden que el ritmo de los ochenta era insuperable. ¿Tú qué opinas?
El premio cambia, pero el engaño sigue
En la versión ochentera, los concursantes de The Running Man eran criminales. Jugaban por su libertad, aunque en realidad era una mentira: nadie sobrevivía de verdad.
La nueva versión moderniza la idea. Ahora cualquiera puede participar, con la promesa de ganar mil millones de dólares. El capitalismo extremo disfrazado de entretenimiento. ¿Te suena de algo?
Ambas historias hablan del mismo truco: dar pan y circo para mantener a la sociedad distraída. En el fondo, The Running Man sigue siendo una crítica feroz a cómo los medios manipulan la empatía del público. Pero Wright actualiza el mensaje, trasladándolo a la era del streaming y los influencers, donde el espectáculo se confunde con la realidad.
El veredicto final
Comparar las dos The Running Man es como enfrentar décadas muy diferentes. Schwarzenegger ofrecía pura adrenalina; Glen Powell, emociones y dilemas. La primera era un cómic con músculos; la segunda, una novela con sangre y culpa.
Ambas funcionan, pero por motivos diferentes. Wright no intenta superar al original, sino reinterpretarlo para una generación que ha visto demasiada violencia para asustarse y demasiadas mentiras para creerlas.
Y eso, curiosamente, hace que The Running Man vuelva a correr más fuerte que nunca. Porque no importa si eres de los ochenta o del 2025: en el fondo, todos seguimos huyendo de algo.




