Con la aparición de Ghost Rider o Piloto Fantasma en ‘Marvel Agentes de S.H.I.E.L.D’ repasamos en dos entregas el protagonismo que ha tenido en el cine los pactos con el diablo. Esperamos que os guste.
Podría decirse que el Diablo empezó a hacer pactos con el ser humano desde el principio de los tiempos. La entrega de la manzana a Eva fue, sin duda, el primer pacto que se estableció entre el género humano y el Señor de las Tinieblas. Después, a través de los siglos y las civilizaciones, los hombres sellaron, individual o colectivamente, nuevos pactos con el Maligno para obtener honores, riquezas, poderes o conocimiento en este mundo.
Los pactos colectivos son los que, supuestamente, se llevaban a cabo en el Sabbat o aquelarre de las brujas, que llenaron innumerables actas inquisitoriales entre los siglos XV y XVII, o los realizados por las modernas sectas satánicas, dedicadas a glorificar y adorar al Ángel Caído. Pero mientras estos últimos se convierten en servidores de Satanás, aunque obtengan algunos favores a cambio, el pacto individual era el realizado por un practicante de la Alta Magia que buscaba poner al Diablo a su servicio o, al menos, tratarlo de igual a igual. Evidentemente, el Diablo exigía algo a cambio de conceder sus favores; generalmente, el alma del mago. Si el deseo más vivo del Señor de las Tinieblas era seducir a las almas, para lo cual utilizaba todo su poder y todas sus artes, ¿cómo no creer que el hombre pudiese venderle su alma a cambio de cualquier bien terrenal que él, como señor del mundo, podía otorgar fácilmente? ¿Cómo no creerlo, si en los Evangelios se ve a Satanás ofreciendo al mismísimo Cristo los reinos de la Tierra con tal de ser reconocido como señor y adorado por aquél?
El modelo arquetípico de pacto diabólico y el que ha alcanzado mayor difusión es el celebrado entre el Ángel Caído y el enigmático doctor Johannes Fausto, nacido en 1480 en Kundlingen (Alemania), y que murió a los sesenta años después de una vida trajinante y asombrosa. Discípulo del más célebre de los maestros de magia alemanes, el abad Tritemo, el joven Fausto asombró a su tiempo por sus enormes conocimientos de filosofía, matemáticas, medicina, astrología, alquimia y ciencias ocultas. Licenciado en teología y doctorado en filosofía por la universidad de Heidelberg (una de las más reputadas del siglo XVI), se trasladó en 1510 a Praga donde todas las artes mágicas, sus reglas y su práctica se enseñaban brillantemente y eran sabiamente ejercidas, coincidiendo en esta ciudad con Cornelio Agrippa y Paracelso, los otros dos príncipes de la magia renacentista, con quienes compartió el deseo de descubrir los mundos invisibles.
Pero el tiempo pasó y en 1540 el Diablo estaba dispuesto a hacer cumplir a Fausto su parte del trato. Mientras volvía a su pueblo natal el mago decidió hacer noche en una posada de Württemberg justo cuando se cumplían los 24 años del pacto. Estuvo muy nervioso durante todo el día pues Mefistófeles ya le había advertido de que la hora fatal estaba próxima y, al caer la noche, invitó a cenar a sus más fieles amigos y estudiantes. Les dijo que quería despedirse de ellos, y que no se inquietasen si escuchaban ruidos extraños durante la noche, porque esperaba una visita. Cuando todos dormían, en efecto, fueron sobresaltados por un terrible estruendo procedente de su habitación, seguido de horrendos silbidos como si la posada estuviera llena de toda clase de reptiles venenosos. En un momento dado se le oyó abrir la puerta y pedir socorro a grandes gritos, pero los aterrados huéspedes no se atrevieron a intervenir. Por la mañana, el cuarto del doctor Fausto ofrecía un aspecto atroz; todos los muebles estaban destrozados, las paredes goteaban sangre y restos de su cerebro y sus ojos y algunos de sus dientes yacían en el suelo. Encontraron lo que quedaba de su cuerpo fuera de la posada, cerca de un estercolero. Sus miembros colgaban medio arrancados y tenía el rostro vuelto hacia la espalda. Lo enterraron en el pueblo, pero su féretro desapareció y nadie pudo ir a reverenciar sus restos mortales.
Fausto, convertido en el paradigma del hombre ambicioso de conocimiento, riqueza y sensualidad y capaz de pactar con el Diablo para conseguirlos ha inspirado a autores tan dispares como Charles Maturin, Nikolaus Lenau, Heinrich Heine, Peer Gynt, Louis Pauwels, Mikhail Bulgákov (El maestro y Margarita), Matthew Lewis, Oscar Wilde, Washington Irving, Thomas Mann, Clive Barker (El juego de las maldiciones, El corazón condenado –que dio lugar a Hellraiser– y La última ilusión) o Stephen King (La tienda), entre otros.