Tercera y última entrega de nuestro artículo ‘Pactos con el Diablo: Del doctor Fausto a Dorian Gray’ para ver las anteriores entregas pincha en (Parte I) y (Parte II).
Una de las mejores adaptaciones del mito de los últimos tiempos es, sin duda, Fausto 5.0, estrenada en 2001 y dirigida por Isidro Ortiz, Alex Ollé y Carles Padrissa (estos dos últimos, miembros de La Fura dels Baus), con guión de Fernando León de Aranoa. El doctor Fausto trabaja en un hospital de enfermos terminales mantenidos en estado vegetativo. Sus crueles compañeros lo llaman “el jardinero”, “porque se ocupa de las plantas”. Él mismo, enclaustrado en un trabajo rutinario y deshumanizado, vive en un estado vegetativo, sin familia, amigos, amantes, anhelos ni aficiones. Fausto viaja a una ciudad decrépita, decadente y sin nombre para acudir a una convención médica que ha preparado gracias a su recatada pero atractiva y perturbadora secretaria, Julia (Najwa Nimri), a la que mira pero no ve. Allí coincide (¿por casualidad?) con un hombre que se identifica como un antiguo paciente del doctor, al que éste desahució ocho años atrás debido a un cáncer de estómago (encarnado por un grandioso, colosal, magistral, Eduard Fernández). Su nombre es Santos Vella, parece muy agradecido y se ofrece a conceder al doctor “cualquier cosa que necesite”, aunque ya le advierte que lleve cuidado con lo que pide, “porque puede cumplirse”. Santos pasa de ser una sombra molesta, un charlatán arrogante y barriobajero que se inmiscuye sin contemplaciones en la vida del doctor a revelarse como el seductor Príncipe de las Tinieblas que guiará a Fausto por la ciudad desolada y enferma que no es sino una metáfora de su propia mente mientras va haciendo realidad sus deseos más inconscientes, y no solo los relacionados con el sexo, sino también con el odio, la destrucción y la muerte, tiñendo su mundo de irrealidad y haciéndole sentir el vértigo de la locura. Fausto es arrastrado a su infierno interior y enfrentado a sus propios demonios, de los que solo se librará cuando se acepte a sí mismo, incluyendo su Lado Oscuro, para resurgir convertido en un nuevo hombre capaz de mirar con deseo a Julia/Margarita. En la escena final, después de que el coche de Santos/Mefistófeles explote tras chocar con un camión, Fausto le dice a Julia: “Hace un momento, antes de verte, deseé estar muerto”. A pesar de recorrer un sendero muy trillado, sus impactantes imágenes (algunas rayanas en el gore), la hipnótica banda sonora, su incuestionable composición y esteticismo y el impecable trabajo de sus protagonistas hacen de Fausto 5.0 una de las obras más sugerentes e inquietantes del último cine español. ¡Y sin gastar millones de euros!
Faustbook (Eric Leiser, 2006) no aportó nada nuevo al mito, a no ser el trágico final de su protagonista que, curiosamente, se llamaba nada más y nada menos que ¡Jacob Faust! Murió el 4 de abril de 2005 en San Diego (California), tiroteado por la policía cuando, durante una discusión de tráfico, los agentes tomaron por real la pistola de juguete que llevaba encima y que utilizaba en su espectáculo de marionetas.
Recientemente, Terry Gilliam alumbró lo que hasta el momento es la última revisión del mito faústico: El imaginario del doctor Parnassus. Enamorado de una joven, el anciano protagonista firma un pacto con el diablo a cambio de que éste se lleve consigo al fruto de ese amor, Valentina, cuando cumpla 16 años. El doctor dirige un circo ambulante en el que, a través de un espejo, ofrece al público la posibilidad de vivir mundos imaginarios. el imaginario del doctor parnassus. Cuando llega el momento, el Diablo le da al doctor la oportunidad de salvar a su hija si logra ganarse cinco almas haciéndolas felices al otro lado del espejo. Desde luego, Gilliam no deja indiferente a nadie con este abigarrado alarde de fabulación, desbordante en imaginación y colorido que arrastra al espectador (como ocurre a quien traspasa el espejo mágico) a un exuberante mundo de fantasía. A destacar la interpretación de Heath Ledger como Tony (el enamorado de Valentina) en lo que fue el mejor de los cantos de cisne ya que como todo el mundo sabe, murió durante el rodaje, teniendo que ser sustituido por Johnny Depp, Colin Farell y Jude Law para interpretar a su personaje en las secuencias en las que éste entraba en el universo paralelo.
Como hemos visto, han sido muchos los creadores atraídos por el mito faústico que han elaborado su propia versión. La más conocida es El retrato de Dorian Gray, publicado por Oscar Wilde en 1891 y considerado uno de los clásicos modernos de la literatura occidental. En esta, su única novela, el joven y hermoso Dorian, agraciado con una belleza sobrenatural, cae bajo la nefasta influencia del cínico lord Henry Wotton que le advierte de su fugacidad y de que la vida, que iba a moldear su alma, también acabaría convirtiendo su cuerpo en algo horrendo, repugnante y grosero. Fausto no puede soportar la idea que a pesar de todos los conocimientos que pueda adquirir, morirá con tantos interrogantes como cualquier mortal. A Dorian le tortura la idea de que el tiempo marchite su belleza. Ambos se creen superiores al resto de la Humanidad: el uno por su belleza; el otro, por su sabiduría, y por ello no pueden soportar la absoluta certeza de que llegará el momento de equipararse con sus congéneres. No pueden soportar la mediocridad. Y ello les acarreará a ambos su perdición.
Cuando su amigo el pintor Basil Hallward le muestra en su estudio el magnífico retrato que acaba de pintar de él, Dorian se desespera al pensar que la imagen del cuadro conservará su belleza eternamente aun cuando él acusará los estragos del paso del tiempo y desea que ojalá fuera al revés; que fuera él quien permaneciera siempre joven y que fuera el retrato el que envejeciera. Daría cualquier cosa a cambio: “¡No sé…no sé lo que daría por esto! ¡Sí, daría el mundo entero! ¡Daría hasta mi alma!” Y como bien dice Santos Vella, hay que tener mucho cuidado con lo que se desea. Aquí no hay pactos con sangre de por medio, ni apariciones diabólicas, pero es evidente que al Señor de las Tinieblas le bastan los acuerdos verbales, pues exactamente eso es lo que ocurre. Es por ello que hasta que Dorian no comete su primera fechoría (seducir para después abandonar cruelmente a la actriz Sibyl Vane, que acaba suicidándose), permanece ignorante de su insólito trato. Es entonces cuando observa con incredulidad que el cuadro empieza a cambiar, plasmando los estigmas de su pecado y mostrando un rasgo de crueldad en una boca hasta entonces perfecta. Y como Fausto, lejos de echarse atrás, Dorian decide apurar los placeres de la vida, convirtiéndose en un ser amoral, infame y perverso que corrompe y causa la perdición de todo aquel que intima con él. Y a cada nuevo pecado cometido, un nuevo estigma viene a marcar y destruir la belleza del cuadro. Cuando muchos años después el pintor reaparece para preguntarle a su amigo qué hay de cierto en las infames historias que se cuentan sobre él, Dorian decide revelarle su secreto y mostrarle el cuadro, que en esos momentos tiene un aspecto espantoso, reflejando el horror de su alma. Asqueado, Basil intenta rasgarlo con un cuchillo, pero Dorian se lo arrebata y lo asesina. Después, chantajea a un conocido que es químico, Alan Campbell, para que se deshaga del cadáver. También provoca la muerte del hermano de la actriz, que le acechaba buscando venganza. Siendo consciente de su propia degradación y de todo el mal que ha causado, e intentando acabar con el origen de sus males, Dorian rasga el cuadro con el mismo cuchillo que utilizó para matar al pintor. Los criados oyen gritos y entran en la habitación para encontrar el cadáver de un anciano decrépito de rostro repulsivo, con un cuchillo clavado en el corazón. Solo por medio de los anillos pueden identificarlo como Dorian. Junto a él encuentran su soberbio retrato, mostrando su belleza original.
La trágica historia de Dorian ha sido llevada a la gran pantalla en varias ocasiones. La primera adaptación fue Dorian Grays Portæt, realizada por Axel Strøm en 1910, a la que siguieron otras versiones mudas de 1913, 1915, 1916, 1917 y 1918. Para muchos, la mejor adaptación hasta el momento es también la primera sonora. El retrato de Dorian Gray de 1945, dirigida por Albert Lewin, obtuvo el Oscar a la mejor fotografía en blanco y negro y Angela Lansbury, como la desdichada Sibyl Vane, fue nominada al Oscar a la mejor actriz de reparto. El cuadro fue pintado por Henrique Medina, y retocado por Ivan le Lorraine Albright conforme avanzaba la historia. En alguna de las secuencias en las que aparece lo hace en Technicolor con la intención de aportar mayor dramatismo al momento, cosa que sin duda consigue. Actualmente cuelga de las paredes del Art Institute de Chicago.
Otras versiones son la sexploitation Dorian Gray (Massimo Dallamano, 1970); Le Portrait de Dorian Gray (Pierre Boutron, 1977); The Sins of Dorian Gray (Tony Maylam, 1983), un telefilm donde Dorian ¡es una mujer! Y Anthony Perkins, lord Henry; Dorian o Pact with the Devil (Allan Goldstein, 2001); The Picture of Dorian Gray (Brendan Dougherty Russo, 2004); The Picture of Dorian Gray (David Rosenbaum, 2004); The Picture of Dorian Gray (Duncan Roy, 2006) y The Picture of Dorian Gray (John Cunningham, 2007). Dorian también apareció en La Liga de los Hombres Extraordinarios (Stephen Norrington, 2003), a pesar de que no lo hacía en el comic (¡y luego, que se enfada el señor Moore!)
Ahora llega a nuestras pantallas la última versión, El retrato de Dorian Gray, dirigida por Oliver Parker, una aproximación al texto de Wilde que intenta no irritar a los puristas y, a la vez, atraer a las nuevas generaciones al contar para el papel protagonista con Ben Barnes (Las Crónicas de Narnia: El Príncipe Caspian), uno de los últimos ídolos de las adolescentes. Eso sí, apoyado por el siempre ilustre Colin Firth y la ascendente Rebecca Hall, que después de Vicky Cristina Barcelona ya debe estar curada de espanto para atreverse con cualquier horror que le echen.
Sin duda, ésta no será la última vez que la historia de Fausto sea llevada a la gran pantalla. Su rica tradición cultural sigue siendo un desafío artístico y a la vez un estímulo que invita a los realizadores a explorar una y otra vez la historia con diferentes intenciones y a dotarla de nuevas connotaciones, lo que garantiza la continua presencia de Fausto como una parte vital de nuestra cultura y como un indicador del estado mental de una sociedad. Ha jugado este papel durante siglos, y como el hombre ambicioso capaz de entregar su alma a cambio de conseguir lo que anhela será (él o alguna de sus variantes) ciertamente uno de los arquetipos del presente siglo. Y quien lo dude no tiene más que poner la televisión para comprobarlo. Podrá ver a infinidad de pequeños faustos y faustas capaces de vender su alma al Diablo del share y quemarse en el infierno a cambio de un puñado de euros o de los quince minutos de fama warholianos. Una tentación demasiado fuerte de resistir para quienes tienen más sueños que talento. Y de éstos siempre habrá unos cuantos…