László Nemes retrata con intensidad en ‘El Hijo de Saúl’ un tema explotado en contenido, en perspectivas y géneros, pero al que le quedaba una oportunidad desde la forma. Sin apenas diálogos, acercando al espectador a las vicisitudes de la mayor tragedia del siglo XX, lanzado hacia el exilio de las imágenes y la implantación de un travelling constante que puede resultar agotador, pero que consigue su propósito; provocar en el espectador la sensación de angustia, de infierno personal, de martirio físico y psicológico alrededor de un Sonderkommando. Una película con tanto recorrido que resulta inolvidable.
Con ‘El Hijo de Saúl’, László Nemes presenta una ópera prima ensordecedora, renovada, extraordinaria, un relato que arrasa con todos los esquemas narrativos (precedentes) sobre el Holocausto nazi. El estilo del director húngaro experimenta con el impacto que el mundo sonoro hiperrealista representa en la intimidad de cada espectador, en el (des)conocimiento de la supervivencia aún sabiendo que la muerte está llamando con fuerza. La única película que transmite la brutalidad como lo hizo Schindler’s List (Steven Spielberg, 1993), pero sin la necesidad de contarlo explícitamente, aprovechando una historia trillada para causar estragos culpa de su inmersiva perspectiva. Renuncia a toda exageración para inducir, automáticamente, a la neutralidad, al rigor, a la libertad sensitiva de una obra con estilo inédito. ‘El Hijo de Saúl’ tiene el mismo poder que una Boa Constrictor, atrapa y aprieta hasta dejar sin aliento, hasta que el último fundido a negro libera al espectador de una congoja que parece no estar sucediendo, que parece no tener cabida en un relato tan frío como ese, sin embargo, cuando el abrazo termina y el aire se instala de nuevo en los pulmones, produce un nudo en el estómago de los que abren los ojos y provocan la reflexión. El guión bien podría desdibujarse en cualquiera de las secuencias más violentas, sin embargo, sabe mantener la calma y conoce sus limitaciones, todas ellas sustentadas por la técnica y el talento, por la incomodidad que genera la escasa profundidad de campo, el no poder apartar la vista para librar la acometida de gritos, respiraciones compungidas y hornos ardiendo sin descanso. Nemes ha conseguido encontrar el resquicio por el que contar lo mismo con distinta forma, declarando el estado de emergencia cuando el espectador siente que, como el protagonista en busca de la honra del hijo, no tiene nada que perder. Horror que produce escalofríos, sí, pero un horror convertido en obra maestra, de obligada visualización para todo aquel amante del cine en sí mismo.
Géza Röhrig, protagonista absoluto con la cámara a cuestas, se pone (y con él, al espectador) en la piel de Saul Aüslander, la viva representación de la muerte con sentimientos encontrados, la viva imagen de la desesperación en su último término, del priorizar la dignidad del muerto en detrimento de la del vivo, todo resumido en una de las breves intervenciones dialécticas de su personaje: «- ¡Vas a conseguir que nos maten! – Ya estamos muertos», mientras busca la manera de enterrar al que imagina (el continuo castigo hace mella en los recuerdos) su hijo. El resto del reparto hace las veces de polos repetidores entre los que navega la suerte del protagonista, yendo y viniendo entre botines de guerra, kapos corruptos a los que parece no importarle lo que los crematorios gritan a diario, y un sinfín de colaboraciones a cambio de todo.
Una nueva mirada se ha establecido en la filmografía concerniente al Holocausto, una maravilla repleta de sugerencias y clamores en favor del honor y la honra, de la resistencia completa a cambio de una redención digna. No es que ‘El Hijo de Saúl’ sea fría, es que se despoja de todo sentimentalismo y, con ella, al espectador que busca otro relato maniqueísta que retrate la tragedia sin el talento de Nemes.