Manejar un tema como la leucemia desde la tragicomedia cercana a la sitcom, podría resultar irreverente e ignominiosa. Sin embargo, ‘Yo, él y Raquel (Me, Earl and The Dying Girl)’, dirigida por Alfonso Gómez-Rejón, se eleva por encima de lo mágico y lo cotidiano, centrando su periscopio en la proyección natural y simpática. Una narración brillante, desenfadada, con un gran y tierno mensaje que, quizás, puede resultar empañado por las ocasionales muestras dramáticas de las que no abusa. Inteligencia, sátira y humor negro se entremezclan en un drama new age, protagonizado por Thomas Mann, Olivia Cooke y RJ Cyler, quienes conforman un triángulo de amistad que traspasa todas las dudas adolescentes y las mentalidades incomprendidas. Una obra conmovedora, enfocada desde una no-ironía desafiante.
‘Yo, él y Raquel (Me, Earl and The Dying Girl) se mantiene en la carcasa indie, sin embargo, no acucia las normas narrativas que acostumbra, sino que rompe con el cliché y utiliza, únicamente, las texturas y el clima de nueva época. Una imagen maravillosa sobre las contradicciones de la adolescencia, remarcadas por un drama que hundirá emocionalmente el status quo de cualquier espectador. Con referencias de la cultura pop (Werner Herzog, sobretodo), la cinta se antoja tangencialmente reflexiva, incluso satírica, en un ejercicio donde, aparentemente, los elementos humorísticos amenazan con eclipsar la narrativa, pero que terminan por agradar con su presencia. En ciertas dotes, recuerda al controvertido Wes Anderson, cambiando las texturas e, incluso, las formas de realizar con una cámara diegética más íntima de lo normal. Sorprende la cantidad de herramientas que posee para no funcionar, y que, por el contrario, trabajan como un engranaje perfecto. Guión compilado alrededor de la continua broma, aunque de esta tenga bien poco. Avanza ligera, alternando la apariencia tópica del incomprendido social, con el amor juvenil en todas sus facetas. Me, Earl and The Dying Girl se apoya en el recurrente ejercicio musical con el que muestra el mensaje, moraleja, o conclusión tras cada capítulo en la vida del protagonista. Una idea innovadora, lúcida, que acompaña de forma amena el cúmulo de emociones comandadas por la impotencia sensorial que genera (a propósito) con cada secuencia. El ingenio con el que está rodada y los valores divergentes entre la conciencia sensacionalista y la inconsciencia pasiva, no hacen más que plasmar con enorme habilidad el mundo interno de un personaje que, siendo adolescente, adopta un comportamiento de total convencimiento. Una hipérbole de la condición púber, tratada con psicología (aunque no lo parezca), y revertida en una concatenación de razonamientos moderados, en cuanto al atrevimiento se refiere. No llega a ser baladí, aunque lo intenta en varios momentos del segundo acto, recargando a la trama con una argumentación llana y dispuesta en piloto automático. La manera de cerrar el trabajo es eminente, identificándose con lo contemporáneo, la cultura pop (las veces explotada en sus continuas citas) y la retórica experimental. Un inicio conclusivo como pocos en los últimos años.
Con el aliciente dramático de películas como ‘Bajo la Misma Estrella’ (Josh Boone, 2014), ‘Me, Earl and The Dying Girl’ arrasa con la moralidad y la suscita al segundo plano, bajo la alargada sombra de la comprensión sin condescendencia.
El peso que Gómez- Rejón le otorga al triángulo formado por Mann, Cooke y Cyler es demasiado pronunciado como para pasar desapercibido. La torpeza y desdén adolescente plasmados por Thomas Mann, sólo pueden ser aplaudidos. La condescendencia autocompasiva y el relato estremecedor proyectados por Cooke, sólo deben ser vistos desde la perspectiva propia. La conciencia desinhibida demostrada por Cyler engloba el conjunto y le proporciona el tono agridulce y, también, brillante. Un gran trabajo de perspectiva y subjetividad por parte del cineasta y su elenco.
Llamativo que uno de los valores protegidos por la protagonista sea el antagonismo al principio ético del filme, lo que pone de manifiesto el tratamiento contracultural empleado por Gómez-Rejón para otorgarle a la pieza un halo de optimismo ante las pequeñas oportunidades, un retrato de las relaciones sociales en un entorno desfavorable y el valor humano del cliché; las apariencias engañan. Un relato cómico donde el drama pega la punzada aguda en el clímax controvertido. Estremece el alma.