‘Truman’ no se ve, ni tampoco se escucha, simplemente, se siente
Lejos de encomendarse a la sensiblería o la dramática sensacionalista, Cesc Gay muestra, sin contemplación, el valor de la amistad, el pragmatismo del antihéroe que llora por dentro y la ética que gira en el entorno de un enfermo (casi) terminal, creando una impotencia en el espectador que, por el contrario, no es necesaria aliviar en la ficción. Truman no se ve, ni tampoco se escucha, simplemente, se siente. Y eso es un valor inefable en tiempos en los que la ciencia-ficción, basada en la realidad, desmerece a sus protagonistas. Una pieza que sirve de enfrentamiento (interpretativo) entre dos de los mejores actores hispanos del momento; Ricardo Darín y Javier Cámara. Satisfactorio ejercicio.
Pudiendo caer, con facilidad, en el relato lacrimógeno, Truman está compensada y se aleja de todo maniqueísmo, gracias a las fórmulas humorísticas que producen congoja y emoción, pero, siempre, invitando a seguir un camino moral. Estructuralmente, no deja de ser un clásico en el último siglo, sin embargo, es su tratamiento el que la convierte en una especie controvertida, cercana al último estadio del existencialismo. Bellísima en forma y contenido, no necesita de la evolución explícita en sus personajes, tampoco del afloramiento sentimental. Lo lleva íntimamente, lo expone con sutileza y hace sentir. Invita al debate moral, sin grandilocuencias, ni diálogos fútiles.
En Truman, nada es en vano. Gay ofrece un enfoque adulto, basado en lo crudo de la vida, en la sátira que supone la incomodidad de estar muriendo. No permite el encasillamiento de sus personajes, ni tampoco traba a una trama sencilla, con la que puedes correr el peligro de identificarte sin darte cuenta. Lo que más llama la atención, es la soberbia capacidad para no caer en clichés, para narrar una historia trágica con honestidad y simpatía. Brillante el mestizaje de texturas y atmósferas entre el cine español y el argentino, no sólo por Darín y Cámara, sino por mezclar lo intimista con una filosofía antiheroica, que facilita la empatía con el espectador.
Cierto es que el detonante de la acción funciona como pretexto, al igual que la figura que da nombre a la pieza, para la relación entre dos amigos, y también es cierto que, como afirma Julián (Ricardo Darín), el epicentro se sitúa en lo que nos queda; las relaciones personales. Por ello, la elección del cáncer no juega un papel trascendental en Truman, sino que sirve de apoyo para lo que se viene por delante. Un recital de sensibilidad, en el que debemos olvidarnos de los valores técnicos o la innovación estructural. Una lección de moralidad para aquellos que no sepan cómo enfrentarse a un hasta siempre.
Truman no sólo es sensible, sino que, a veces, confunde por la naturalidad de sus personajes. Personajes que encarnan al amigo perfecto, al héroe enmascarado del que su final no se conoce resolución. Bordando estos perfiles, aparecen Ricardo Darín y Javier Cámara para ofrecer uno de los mejores dúos interpretativos en lo que va de año. El actor argentino plasma a un personaje solitario, pragmático, un valiente con las ideas claras, en cuanto a su vida respecta. Y lo hace con una perfección que atrapa y le hace más humano de lo normal. Como apoyo emocional, y no menos humano, se sitúa el personaje encarnado por Cámara; transmitir todo sin hacer casi nada. El amor y la emotividad reprimidas, puestas en la sombra de un amigo que nada pide a cambio. Ganaron la Concha de Plata y no extrañaría que, de la mano, se alzasen con el Goya.
Truman es de esas películas que establecen un nuevo orden, de esas películas que sirven como ejemplo para narrar una historia de estructura simple, pero con un valor sentimental enorme. Y todo ello, sin exponerlo con lágrimas o alzarlo sobre lo normal. Una gran perspectiva, un gran tratamiento y un gran final, que dejan al espectador una sonrisa y la sensación de haber experimentado las peripecias de un par de amigos, que jamás dejarán de quererse.