La magia de ‘La Bruja’ se halla en el poder de adentrarse en un contexto completamente inhóspito, áspero y agrio con unos personajes muy bien trazados, reales, y con un conflicto familiar muy claro.
Había un tiempo en el que el cine de terror no se basaba simplemente en mucha sangre y en golpes de efecto sonoros, un tiempo en el que el terror te entraba directamente por las venas y te inundaba el cerebro de miles de posibilidades que te aterraban sin ser ello tan evidente en la pantalla. Un miedo que te transportaba a un lugar oscuro y en el que no era necesario esperar al golpe de efecto más macabro. El terror tomaba vida por si solo dejando al espectador que volara su imaginación. ‘La Profecía’, ‘El Resplandor’, ‘El exorcista’… consiguieron generar todo ello como también lo hizo más recientemente ‘It Follows’ y como también lo hace ‘La Bruja’, que ha inaugurado la 48 edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya – Sitges y cuyo director Robert Eggers se llevó este año el premio al mejor director en el prestigioso Festival de Sundance, algo poco habitual tratándose del género de terror.
Eggers traslada en su ópera prima al espectador a la Nueva Inglaterra del siglo XVII y tiene como protagonistas a los miembros de una familia religiosa extremista que tienen que seguir con sus humildes vidas en una granja que se encuentra a las puertas de un enorme y terrorífico bosque. La desaparición del bebé de la familia y los extraños sucesos que les van sucediendo crea la semilla de la desconfianza entre unos y otros, seguros de haber sido maldecidos por los poderes de una bruja o del mismo diablo. Unas dudas que consiguen golpear también al espectador que por momentos desconfía de cualquiera incluso de un macho cabrío o un conejo.
La magia de ‘La Bruja’ se halla en el poder de adentrarse en un contexto completamente inhóspito, áspero y agrio con unos personajes muy bien trazados, reales, y con un conflicto familiar muy claro. Lo sobrenatural, sin abusar de ello y puesto en cuentagotas, se hace cada vez más evidente y va alterando y tensando al espectador cada minuto que pasa. Eggers utiliza para ello una banda sonora de una tensión continuada, sofocante, molesta y unos planos perfectos de una gran oscuridad impregnados por una gran niebla que desprende un olor agobiante, casi irrespirable.
La trama tiene una gran carga emocional y familiar pero más que el qué está pasando es cómo esto está narrando. De hecho, se cumple aquella máxima del guion de ver claramente la evolución de los personajes en la película. Cómo eran al iniciarse el film y hasta qué lugar les lleva la locura misma de verse sobrepasados por la terrible realidad que están viviendo. Aquí no hay investigadores de lo paranormal, ni exorcistas, ni tampoco cazafantasmas o cazabrujas en este caso, sólo una familia que sólo tiene como medida para solucionar las adversidades la culpa, la palabra de Dios y sus rezos que juegan un papel de lo más creepy.
Eggers quiso adentrarse en su pasado en Nueva Inglaterra, donde las historias de brujas forman parte del folklore popular y cultural. Para crear esta historia arquetípica de brujas de la época, investigó sobre cuentos y documentos de juicios del siglo XVII. La textura gris del film desprende ese mundo ancestral, donde aún había margen para creer en la magia y en cosas que sólo la fe podía sanar.
‘La Bruja’, con unos actores en estado de gracia y muy sorprendentes, consigue aquello por lo que fue rodada: introducirte en el seno de una familia que poco a poco va perdiendo su cordura y hacerte sentir el terror de aquello que es inexplicable sin grandes dosis de sangre, ni gore ni altos decibelios. Realmente, una película de terror que será recordada por este género. Perturbadora, espeluznante, terror puro… Eso es ‘La Bruja’.