Sin tiempo para haber tomado conciencia de que el Doctor Strange de Benedict Cumberbatch -siempre impecable- ya no es el arrogante e indestructible neurocirujano, sino un boceto intermitente del Hechicero Supremo, nos percatamos de que Scott Derrickson hace tiempo que ha pulsado el interruptor que pone en funcionamiento el depurado mecanismo marvelita; una plantilla en la que sólo hay que intercambiar personajes y a la que es imperiosamente necesario añadir un rosario de matices, normalmente relacionados con la tecnología audiovisual vanguardista, para reproducir lo más fielmente posible el derroche imaginativo de los cómics. Con mucha habilidad nos engaña Doctor Strange, porque si a su espectáculo visual -aconsejable en tres dimensiones- le retiramos los psicodélicos desdoblamientos espaciales y el jugueteo temporal con la construcción/deconstrucción de capitales mundiales, lo que nos queda es otro ejercicio donde la inmadurez psicológica del protagonista se eleva hasta cotas que rozan el absurdo. Dirás que es una obviedad -y quizá no te falte razón-, pues de qué vive la historia de Stephen Strange si no de la magia y las teorías multidimensionales llevadas a la praxis. Sin embargo, piensa por un breve instante en que dicha línea de pensamiento es errónea, y que en esa pequeña suposición reside la infección de este cauto acercamiento a los personajes de Stan Lee y Steve Ditko. Cierra los ojos y visualiza una cadena de montaje de la que Derrickson, formando equipo con el portavoz correspondiente de Disney, selecciona los miembros del multiverso Marvel que más excitan al gran público -y que serán los protagonistas de otra metaficción fabricada por inercia. Imagina dar el do-de-pecho a destiempo, con toda la superficie llena de purpurina y la esencia a punto de pudrirse de aburrimiento.
“Las razones del director para demostrar más interés en convencer al público con mucho ruido, algo de furia y nada de trasfondo, nos incita a reflexionar sobre la naturaleza estanca de la franquicia”.
Que sea una expansión con efectos, de verdad, increíbles, no significa que comprenda la fractura del canon. Las razones del director para demostrar más interés en convencer al público con mucho ruido, algo de furia y nada de trasfondo, nos incita a reflexionar sobre la naturaleza estanca de la franquicia. Porque, no nos engañemos, detrás del artificio tecnológico, no existe elemento capaz de romper el estándar de tantos y tantos años. Christopher Nolan empleó idéntica técnica en Inception con un propósito, como el suplemento perfecto a uno de los sci-fi más sorprendentes de nuestro tiempo. No obstante, en Doctor Strange debe entenderse como un cebo/distracción para ocultar las carencias de un guión que, sí, tiene algunos diálogos ingeniosos, pero no para el espectador adulto, y mucho menos para un amante del personaje. De esta forma, se regresa a los albores del Universo Cinematográfico de Marvel, cuando nadie tenía en cuenta la posibilidad de acercarse al alma de las historias, demasiado ocupados por vender humo y configurar hordas de seguidores. A estas alturas, es conveniente recordar que -merecidamente (por su insistencia) o no-, Marvel Studios ya puede considerarse un subgénero dentro del gran paradigma del entretenimiento millenial como es el de los superhéroes.
“Construida a medio gas en contenido, formalmente destroza las costuras no sólo del cine de superhéroes, sino del cine en general”
mpero, no todo es susceptible de debate. Hablemos de lo que aportan Derrickson y Doctor Strange al multiverso Marvel: frente al thriller de Capitán América y la acción de Los Vengadores -sus dos antecesoras más grandes y recientes en el calendario (Ant-Man es autónoma)-, la primera toma de contacto con el Hechicero Supremo es una experiencia lisérgica preparada para el consumo inmediato, con el pie en el acelerador de manera casi constante y coronada con un aura de insana locura que todo lo enmascara. Construida a medio gas en contenido, formalmente destroza las costuras no sólo del cine de superhéroes, sino del cine en general. Hasta el punto de que quizá sea el mayor y mejor reflejo del avance tecnológico que ha sufrido la industria en apenas ocho años, justo después de estrenar Iron Man, el primer ladrillo del Sanctum Sanctorum marvelita. Pero, ¿es suficiente? Síntoma de su carácter puramente caleidoscópico es la extraña relación del objeto final con la subtrama de El Anciano, honrado a duras penas por Tilda Swinton, y con los extraños cambios de humor de Mordo. En ese sentido, Derrickson no emprende un viaje abigarrado por las aristas de personajes solamente útiles en el plano-contraplano, sino que prefiere cumplir metas como si fuese una edición limitada de Super Mario: con el único objetivo de completar la liturgia de presentación y dejar sembrado el terreno para futuras apariciones. Porque más allá de que el círculo de chispas que con ella se abre sea el más espectacular de Marvel Studios, la realidad que proyecta Doctor Strange implícitamente es la misma de siempre.