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Críticas de cine

Crítica de ‘Doble Identidad: Jaque al MI5’

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Una vez más, los oídos de los espías internacionales deben soportar un pitido demasiado agudo para sus tímpanos. Un género que necesita de su mejor versión para impresionar al espectador, un género que vuelve a quedarse a las puertas de su renovación. Suena melódico, en contraposición con la nueva película de Bharat Nalluri. Ni ‘Misión Imposible’, ni ‘Bourne’; ‘Doble Identidad: Jaque al MI5’ se queda en el camino de ambas, intercalando una falta de ritmo, latente durante los 103 minutos de metraje, con una acción de justificación cuestionable. La tensión queda arrasada por una evidente telegrafía de lo que acontece secuencia tras secuencia, sin buscar más alternativa que la de mostrar todo desde el principio. Los momentos musicales acompañan a una pieza que trata de respirar de la saga protagonizada por Matt Damon, sin embargo, se mantiene flotante en la balsa del conformismo. Kit Harington, Peter Firth y Jennifer Ehle, entre otros, se contraponen con demasiada obstinación como para ser creíbles. Un blockbuster de espionaje que no admite paralelismos con la serie homónima de la BBC..

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‘Doble Identidad’ intenta respirar de la huella que dejó Jason Bourne o, incluso, Ethan Hunt (Misión Imposible). Sin embargo, el guión no acompaña en esta aventura de espionaje donde Will Holloway (Kit Harington) trata de salvar Inglaterra con la cuestionable ayuda de Harry Pearce (Peter Firth). Y cuestionable es casi la totalidad de la obra, sepultada bajo los clichés reiterativos con los que intenta zafarse de una evidente falta de presupuesto (expuesto, con poca habilidad, en las transiciones de planos aéreos de una ciudad a otra). La introducción de los personajes es ínfima en algunos casos, y demasiado explícita en otros, transmitiendo una sensación inefable sobre su identidad y el por qué de sus decisiones. Doble Identidad queda a la espera de una atmósfera que le otorgue credibilidad a la evolución narrativa. Carente de tensión, previsible y sin argumentos por los que mantener el suspense, se encomienda continuamente al debate patriótico en busca de un avance que pone de manifiesto el poco empeño de Nalluri por girar la tuerca y aportar otros tonos de mayor crudeza. La evolución es paupérrima, abandona la senda por la que completar una trama que, sumida en conflictos internacionales superfluos, no aporta nada nuevo a la filmografía del espionaje europeo. La perspectiva de dicho conflicto se diluye paulatinamente, partiendo de una premisa con demasiadas pretensiones ante la imponente sangría que provoca en la cinta una consecución de acciones previsibles y banales. Trata de sorprender, pero el argumento no se retuerce lo suficiente como para trasladar al espectador ese sentimiento de engaño afable desde un subjetivismo justificado, exponiendo sus artificio e incongruencia. Emplea una neblina implícita preocupante, dotando a sus personajes de ideologías que, según avanza la planicie que caracteriza a la obra, ni ellos mismos conocen. Es decir, transmiten la típica sensación de no saber realmente ante lo que se están enfrentando, en una alegoría de inconsciencia algo recalcitrante. El ritmo brilla por su ausencia, lastrado por una insistente explicación previa y un montaje superpuesto engorroso en su final, tratando de solventar un problema que aparece desde el inicio. A pesar de ser una pieza simple, su digestión no es fácil. No por su mensaje, sino por la somnolencia que genera. Las soluciones que plantea se antojan más complicadas que el propio conflicto. ¿Un ex-dirigente del MI5 que prefiere ocuparse en solitario de un terrorista que no tiene más ideales que un romanticismo inusitado? ¿Quién es Will Holloway? ¿Y su padre? ¿Cuál es la historia de Adem Qasim, terrorista islámico con mejor inglés que sus propios captores? Demasiadas cuestiones para un guión que avanza a caballo entre lo telegrafiado y lo inaudito. Falta de compresión en su objetivo, así como una insistencia fatigosa en el intento por demostrar de qué bando debemos estar; no plantea debates de ningún tipo, al igual que perpetra una dirección cuestionable sobre unos personajes faltos de sentido. Un blockbuster de acción y espionaje que carece de ambas, tratando de subsanarlo con justificaciones sin cimientos sobre los que sustentarse. Lenta en su plenitud, un disparate sin conexión compresible.

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La introducción de los protagonistas, al igual que los mismos, no tiene sentido alguno. Nalluri no les proporciona un aura moral provechosa, así como los ahoga en un desvarío del que no conocen más que el primer eslabón. La sobreactuación queda reflejada en cada diálogo, dotándoles de un valor más cercano a la serie B que a la serie original. Kit Harington no convence, planeando sobre un papel plano de por sí, descolocado y sin una faceta que vislumbre un mínimo de preparación. Peter Firth, Jennifer Ehle, Elyes Gabel o Tim McInnerny gozan del mismo carisma que su compañero, desorientados y tratando de conservar la calma para no salir corriendo de las sets pieces. Una muestra más de la falta de preparación en la dirección de un Bharat Nalluri que ni siquiera ha comenzado a remar hacia una orilla determinada. Destacable la elección de Elyes Gabel como terrorista islámico cuyo acento está tan enterrado como la metáfora en el guión. Un error que, unido al resto, no ayudan a que Doble Identidad surja como nuevo salvoconducto para el género de eterno remake.

Doble Identidad serpentea sin rumbo, esencia y claridad narrativa. La mayor parte del metraje está empañado por planteamientos absurdos y soluciones desprovistas de lógica. Nalluri perpreta una dirección que basa sus cimientos en un incasable ejercicio de flash-backs literales y figurativos, que sumen a la pieza en un desdén fatigado que no alcanza ni al entretenimiento más superficial. Paradójicamente, el valor que más daño le ha hecho a la película es la carencia del mismo, valiéndose de una idea con mayor desarrollo. La pretensión, en ocasiones, es un arma de doble filo.

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